martes, 7 de mayo de 2019

Al sur del sur

El continente antártico es una de las regiones menos conocidas del planeta y tal vez la que presenta mayor cantidad de características únicas y distintivas con respecto al resto del mundo, siendo la falta de límites y divisiones políticas sólo una de esas particularidades. Desde principios del siglo XX, Argentina tiene presencia continua en el continente.


El continente antártico presenta curiosas particularidades: en él no crecen árboles, no tiene población autóctona y es el sitio más frío, inhóspito y aislado de todos los demás continentes del orbe. Este aislamiento se produce por la existencia de un cinturón de mares con profundidades abismales, que interponen enormes distancias: la costa antártica se encuentra a 1.000 kilómetros de Sudamérica, a 2.250 de Tasmania, a 2.250 de Sudáfrica y a 2.200 de Nueva Zelanda.

Este aislamiento, en conjunción con la tempestuosidad de las aguas interpuestas, y sobre todo, el clima severísimo, han sido las causas por las que el hombre primitivo, en su expansión migratoria por la superficie del globo, no pudo llegar y afincarse en esa región. Si bien la Antártida fue descubierta alrededor de la segunda mitad del siglo XIX, nadie pasó un invierno en el continente hasta 1899. Entre esas dos fechas, muchos hombres vieron la costa desde los buques, algunos de ellos desembarcaron, pero ninguno invernó en el continente.

Los griegos habían supuesto la existencia de tierras ubicadas muy al sur. También los maoríes, nativos de Nueva Zelanda, tejieron leyendas sobre una tierra blanca situada hacia el horizonte meridional. Posteriormente, Ptolomeo robusteció con su tesis la creencia acerca de un mundo austral, al que denominó Terra Australis Incognita.

Con el descubrimiento efectuado por Magallanes del estrecho que hoy lleva su nombre, se creyó que la Tierra del Fuego formaba parte del presentido continente austral, relacionando ese descubrimiento con los datos aportados por Américo Vespucio, respecto a tierras avistadas en el año 1502, aproximadamente a 52º S (posiblemente las islas Malvinas). El siglo XVII no aportó mayores comprobaciones, y fue necesario llegar a mediados del siglo XVIII para obtener nuevos informes relacionados con la Antártida, proporcionados en su mavoría por expediciones dedicadas a la caza de especies marinas.

¿Quién descubrió la Antártida? No hay respuesta segura a la pregunta. Durante mucho tiempo se aceptó la versión de que el primer hombre que avistó y posó sus pies sobre la Antártida fue el navegante inglés William Smith, en 1819. Posteriormente, diversos historiadores han aportado pruebas que afirman la tesis de que fueron los cazadores de focas argentinos, que se asentaron inicialmente en las islas Shetland del Sur, los primeros en recorrer las costas del continente blanco, aunque, por el carácter clandestino de sus actividades, no dieron a conocer el hecho.


Parecido y diferente

Al observar un globo terráqueo, de inmediato salta a la vista la contrapuesta distribución de los continentes y los mares en los dos hemisferios. En el Norte, predominan las tierras sobre los océanos, mientras que en el Sur, son los océanos quienes tienen una predominancia neta con respecto a las masas continentales. Paradojicamente, la región polar no está, como en el Norte, sobre un océano helado, sino sobre un continente. Así, las zonas Ártica y Antártica, se presentan diametralmente opuestas en lo referente a situación y constitución.

La fauna que en ellas se desarrolla, acusa esa disparidad: en la zona polar ártica viven animales superiores de hábitos terrestres, como el oso blanco, el buey almizclero, el zorro ártico y aún el hombre –esquimales y lapones–. Esto es fácilmente explicable ya que no existe una barrera que impida llegar a ella y mucho menos, emigrar hacia las zonas continentales vecinas, cuando las condiciones ambientales se tornan difíciles para la subsistencia.

En el continente antártico la única fauna terrestre está formada por algunos invertebrados, pero faltan por completo los animales superiores. Los océanos Atlántico, Pacífico e Índico que bordean el continente, determinan una ancha faja marina que lo rodea por completo, de forma que en cierta latitud se podría dar una vuelta al mundo sin encontrar una sola isla, por pequeña que fuera. Tal separación del resto de los continentes a través de los mares más tempestuosos del globo, es una barrera infranqueable y explica la falta total de una fauna superior. Sólo existe una fauna costera de adaptación acuática o volátil, en gran parte migratoria, cuya fuente de alimentación es el mar.

La espesa capa de hielo que cubre a la Antártida enmascara sus verdaderas dimensiones, ocultando su perímetro y su relieve, por lo que no se conoce con exactitud su área, pero se la estima en alrededor de 14 millones de kilómetros cuadrados. Ocupa así el cuarto lugar en extensión después de Asia, América y África. Las grandes escotaduras determinadas por los mares de Ross y de Weddell la dividen en dos lóbulos de diferente tamaño, denominados Antártida Oriental, el mayor, y Antártida Occidental, el menor, que proyecta la Península Antártica hacia Sudamérica.


Un continente, muchas islas

Según datos aportados por la sísmica, la Antártida aparenta estar constituída por un núcleo que despide hacia su periferia extensas islas, unidas entre sí y a la masa central, por el hielo. Al menos en la Antártida Occidental, dicha suposición parece ser correcta, ya que allí el espesor del hielo llega hasta por debajo del nivel del mar, uniendo grandes islas.

El Círculo Polar Antártico circunscribe el continente, con excepción de la Península Antártica, que se dirige hacia el norte enfrentando a Sudamérica. Su aspecto general es el de una gran meseta interior, la Meseta Polar, cuya altura en el Polo Sur alcanza los 3.000 metros, de los cuales 2.700 corresponden a la cobertura glacial. Esta capa de hielo, fluyendo por gravedad, se dirige hacia la periferia y se vuelca en el mar a través de valles, dando origen a glaciares de tipo alpino, o a través de terreno poco accidentado o por las escotaduras de su perímetro, dando lugar a las barreras.

Al penetrar en el mar, esas formaciones flotan y se desprenden posteriormente, formando de esta manera los temidos témpanos que, llevados por las corrientes hacia el norte, se diluyen merced al embate de las olas y a las altas temperaturas.

La cobertura de hielo que hace de la Antártida el continente de mayor altura media del globo (2.000 metros sobre el nivel del mar), oculta el relieve subyacente, permitiendo que afloren sólo aquellas formaciones montañosas que superan en altura el espesor del hielo que las cubre. Esta regla se cumple inexorablemente en el interior, pero no es tan rígida para la periferia y la Península Antártica. La mayor elevación montañosa correspondería al macizo Vinson (5.620 metros sobre el nivel del mar) en la Tierra de Elisworth. Existe un volcán en actividad, el Erebus, en la isla Ross, sobre el mar homónimo. En el Sector Antártico Argentino, la isla Decepción es el cráter de un volcán que se reactivó el 4 de diciembre de 1967.


Aquí el Polo se juega de a cinco

En la Antártida se pueden considerar cinco puntos destacados, a los que se denomina polos:

El Polo Sur Geográfico o Sur verdadero, es el punto en el cual el eje de la Tierra intercepta a la superficie, y por donde pasan todos los meridianos. En él no existe el este, el oeste ni el sur; allí cualquier dirección es norte y los vientos son indicados según el meridiano desde el cual soplan. En los doce meses del año sólo hay un día y una noche, de seis meses de duración cada uno. En su área se instaló la estación Polo Sur perteneciente a EE.UU.

El Polo Sur Magnético es el área hacia la cual apunta una aguja imantada que puede moverse libremente sobre un plano horizontal. Ya sobre el área misma, la aguja adoptaría la posición vertical. Este polo se halla situado en la Tierra de Adelia, a más de 2.000 kilómetros del Polo Verdadero, y su posición geográfica varía anualmente desplazándose alrededor de 13 kilómetros. Los planos que contienen a los meridianos geográficos y magnéticos forman un ángulo llamado declinación magnética que varía según los puntos de la superficie terrestre y marca la desviación hacia el este o el oeste que sufre la brújula con respecto al Polo Sur Geográfico o verdadero.

El Polo Sur Geomagnético es el área donde estaría el Polo magnético si la Tierra fuera una esfera homogéneamente magnetizada. Está situado a 78º S y 111º E.

El Polo Sur Frío es el lugar de la Tierra donde se ha medido la temperatura más baja (-88,5º C). Está ubicado en la Estación Soviética Vostok, en las vecindades del área del Polo Sur Geomagnético.

El Polo de Inaccesibilidad es el punto más alejado de cualquier costa del continente antártico que se considere, aproximadamente 1.700 kilómetros. Se halla ubicado a los 82º 06’ S y 54º 58’ E.


Fresquito, fresquito 

La Antártida tiene un clima excepcionalmente frío, seco, ventoso y bastante pobre en precipitaciones. En este continente, el verano es un invierno menos frío. Esto se debe a la alta latitud y a la influencia termal del casquete de hielo tapizado de nieve que la cubre.

Debido al frío, la humedad atmosférica absoluta es extremadamente débil –otro récord mundial–, y llega a ser 10.000 veces menor que en el Ecuador. La humedad relativa (relación porcentual entre la cantidad de vapor real existente y la máxima que podría contener a idéntica temperatura) es menos excepcional pero sin embargo es baja. Esta sequedad del aire favorece la evaporación y así se constata que gran parte de la ablación glacial se produce por evaporación, especialmente en determinados lugares de la Antártida. Esta sequedad es la que hace excepcionalmente pura y transparente a la atmósfera antártica.

Por la oblicuidad con que los rayos solares inciden sobre la superficie terrestre en las zonas polares, la cantidad de calor recibida es mínima, y menor, todavía durante la noche invernal, cuando el sol está bajo el horizonte las 24 horas del día. La Tierra refleja hacia el espacio parte del calor recibido y, cuando se trata de superficies recubiertas de nieve, esta reflexión es mayor; por lo tanto el balance entre lo recibido y lo emitido, denominado albedo, es negativo a lo largo del año en la Antártida.

La temperatura del aire se mide en las pocas estaciones antárticas existentes, pero la media anual de temperatura se puede obtener indirectamente, puesto que es casi igual a la temperatura que presenta la nieve a los 10 metros de profundidad. Al nivel del mar y a latitud equivalente, la Antártida es de 10º a 17ºC más fría que el Ártico. En la Antártida se dan las medias anuales más bajas del mundo, como así también las mínimas absolutas. La mínima registrada en la Base General Belgrano ha sido -59º C. La roca expuesta, sin nieve, absorbe muy bien el calor y puede alcanzar temperaturas mucho más elevadas que el aire, pasando en pocas horas de -10º C a +30º C.

La inversión de temperatura es común en la Antártida y consiste en un fenómeno por el cual las capas de aire en contacto con la superficie son más frías que las que se hallan a mayor altura. Este hecho es el causante de fenómenos ópticos, como el espejismo.

La presión media anual, a nivel del mar, presenta un mínimo que, en forma de anillo, rodea al continente, y un máximo, ya muy adentro, en la Meseta Polar. Sobre el alto domo de hielo de esta meseta, a menudo, se instala un anticiclón, emisor de vientos densos y fríos que se deslizan hacia el mar como una avalancha eólica, a lo largo de los glaciares. A estos vientos se los denomina catabáticos y alcanzan gran velocidad, impulsados por la fuerza descendente del aire enfriada por la masa de hielo. También se producen ventiscas, que arrastran nieve y enceguecen cuando soplan. En la jerga antártica, se las denomina blizzard y son el producto tanto de los vientos catabáticos como de los ciclónicos. Los temporales son sordos, sin truenos ni relámpagos, oyéndose solo el arrastrar de la nieve, que imposibilita la visión y hasta la respiración. Sus velocidades alcanzan cifras muy grandes, sobrepasando sus ráfagas los 200 kilómetros por hora en las bases Esperanza y General San Martín.

La forma predominante de precipitación es la nieve. La lluvia se presenta sólo esporádicamente en la Península Antártica, al norte del Círculo Polar.


Presencia y reivindicaciones argentinas

La presencia argentina en la Antártida se remonta a las actividades de los foqueros criollos, que incursionaron partiendo del puerto de Buenos Aires, por las islas Shetland del Sur.

Estos cazadores de focas, con el fin de evitar la competencia, mantuvieron secretas sus rutas, lo que dio motivo a que se atribuyera a otros navegantes el descubrimiento de estas tierras. A pesar de ello, existen concretas evidencias de su conocimiento por lo menos desde 1817, es decir, dos años antes del pretendido descubrimiento de la Antártida por el inglés William Smith.

Por decreto del presidente Roca, el 22 de febrero de 1904 se instaló en la isla Laurie –del archipiélago Orcadas del Sur– la primera base permanente argentina en la Antártida; donde funcionó una oficina meteorológica. La dotación fundadora estaba integrada por Michael Szmula, Hugo Acuña y Luciano Valette.

Desde la fecha mencionada, el observatorio de las Orcadas del Sur, ha funcionado ininterrumpidamente, constituyendo así el primer asentamiento oficial permanente de la Argentina en la Antártida, título que ninún otro país, reclamante o no, puede exhibir.

El derecho argentino señalado desde aquella época, se confirma con indudables títulos de carácter jurídico, geográfico, geológico e histórico. Esto último en cuanto a que España, en el siglo XV, consideraba los territorios antárticos como propios, basados en los términos de la Bula “Inter Costera” del año 1493, y en los del posterior Tratado de Tordesillas, que específicamente establecía “un límite para los dominios españoles mediante el trazado de una línea de Polo a polo”.

Desde 1904 se inició realmente el proceso de ocupación efectiva del territorio antártico. A través de expediciones e instalaciones de bases y estaciones científicas durante 40 años, la República Argentina fue el único país con presencia permanente.

En el año 1959, con la firma del Tratado Antártico (ratificado por Ley 15.802) entre Argentina, Bélgica, Chile, Francia, Japón, Nueva Zelanda, Noruega, Sudáfrica, URSS, Reino Unido y EE.UU. –a los que con el tiempo se sumaron Polonia, Alemania, India y Brasil–, se ha procurado preservar la Antártida para fines de investigación científica, arbitrando todos los medios para conservar esa región libre de todo tipo de contaminación que pueda alterar su ecosistema.

Si bien el Tratado no reconoce reclamaciones territoriales y solo se limita a señalar su existencia, indicando que dicha posición no se verá afectada por la vigencia del Tratado (Artículo IV), la Argentina en el acto de la firma hizo constar una reserva formal en salvaguarda de los derechos sobre su territorio antártico, sobre el que ha proclamado y mantiene su soberanía.

Desde el 20 de mayo de 1980, el Tratado Antártico es complementado por la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos, como culminación de la cooperación científica en materia de rcursos antárticos.

Desde junio de 1982 se han iniciado negociaciones, dentro del marco de la IV Reunión Consultiva Especial del Tratado Antártico, relacionadas con el establecimiento de un Régimen Minero Antártico que establezca las normas básicas y los principios ecológicos a preservar antes de iniciarse operaciones comerciales de exploración o explotación de los recursos no renovables (hidrocarburos y minerales) económicamente convenientes.

En 1983, la Asamblea de la ONU ingresó el tema de la inclusión de la Antártida como “Patrimonio Común de la Humanidad”.

Las bases argentinas permanentes en la Antártida son:

1) San Martín ( 1951) fundada por la expedición del Coronel Hernán Pujato, fue la primera base argentina en el continente blanco y, dada la relevancia de este hecho, el entonces presidente Peron, creo el Instituto Antártico Argentino, organismo que inicio el camino de las actividades científicas y técnicas antárticas.

2) Base Esperanza (1952) fue fundada por el Capitán Jorge Leal. Única base argentina donde, desde 1977, invernan familias, cuenta con la primera capilla católica antártica, la primera escuela y la radio. LRA 36 “Arcángel San Gabriel”, que comenzó sus emisiones en 1979. En ella se realizan estudios de mareografia, sismografia, sismología, glaciologia, biología, geología, ecología y gestión ambiental.

3) Jubany (1953) Nacida como refugio, en 1982 se inauguró como base dependiente de la Dirección Nacional del Antártico. Está considerada la base científica por excelencia ya que en ella se desarrollan disciplinas relacionadas con las ciencias naturales. Predominan estudios sobre biología, geología, medio ambiente y microbiología.

4) Orcadas (1904) Ubicada en la Isla Laurie de las Orcadas del Sur, fue donde se izó por primera vez la bandera nacional. Cuenta con una central de pronósticos antárticos y en ella se realizan estudios de meteorología, geología, glaciologia y biología.

5) Marambio (1969) Su pista de aterrizaje rompió el aislamiento de las bases nacionales y extranjeras y con el resto del mundo. Tiene la capacidad de brindar evacuación sanitaria, búsqueda y rescate, traslado de personal, cargas y correspondencia. Cuenta con el Centro Meteorológico Antártico que integra la red mundial de meteorología y en ella se llevan adelante estudios de alta atmósfera y ozono.

6) Belgrano II (1979) Fue inaugurada después de que la Base Belgrano, fundada por el General Hernán Pujato en 1954, debió ser desactivada ante el peligro de que el sector donde estaban las instalaciones, Barrera de Hielos Filcher, se desprendiera formando un gran témpano tubular, como ocurrió en 1983. Es la base argentina más cercana al Polo Sur, del que la separan 1300 kilómetros. Se realizan actividades científicas relacionadas con la alta atmósfera y ozono sondeo.

Un narigón importante

Hace más de 20 millones de años, existió un mamífero gigantesco –el más grande conocido–, vegetariano, con poca vista y mucho olfato, emparentado con el actual rinoceronte. Su forma y tamaño inspiraron el diseño de uno de los tantos vehículos de la saga Star Wars.



Unos 30 millones de años antes del presente, el clima global era mucho más seco y frío que el de la época precedente, debido a un proceso de enfriamiento iniciado tiempo atrás. Las junglas y los bosques que cubrían el planeta empezaron a abrirse, dejando en su lugar bosquecillos y llanuras abiertas, bastante diferentes de las sabanas actuales, ya que hierba a pesar de estar presente, todavía era muy rara. Por ello, la mayoría de animales que vivían en esas regiones comían arrancando las hojas de los árboles. En el mar, el enfriamiento del clima y la separación de la Antártida y Australia perturbaron drásticamente el flujo de las corrientes oceánicas, causando la extinción de muchas especies marinas.

En el polo sur, la Antártida empezó a transformarse en el desierto helado que es hoy, mientras que el polo norte todavía no estaba cubierto con su casquete polar. Mientras tanto, y a latitudes más bajas, el clima empezó a diferenciarse en diversos tipos. El incremento del gradiente térmico de la Tierra provocó una mayor variación entre los biomas de latitudes diferentes, creando los climas ecuatoriales, tropical, templado y polar que existen actualmente. Mientras tanto, las variaciones en las corrientes atmosféricas del hemisferio norte y el hemisferio sur causaron modificaciones en las aguas próximas en el Ecuador, haciendo que las aguas ricas en nutrientes subieran a la superficie.

En esta época, existió un puente terrestre entre Asia y América del Norte, como parecen comprobarlo las marcadas semejanzas entre las faunas de ambos continentes. El norte de Asia tenía un clima templado, el oeste tenía uno paratropical, el centro y el este clima árido, y el sur tropical. Tanto el norte como el sur del continente estaban cubiertos de vegetación.

Como muchas otras partes del mundo en el período Oligoceno, el centro de Asia se había convertido en una región con grandes cambios estacionales, con una época seca y otra de lluvias. Las hierbas y los arbustos eran las formas vegetales dominantes. Eso condicionó los organismos que habitaban, beneficiando los seres vivos que habían evolucionado para adaptarse a la escasez de agua.

En esas extensas llanuras del centro asiático vivió el paraceraterio (del griego Paraceratherium, “bestia casi cornuda”), un género extinto de mamíferos perisodáctilos (con pezuña de cantidad de dedos impar), cuyos primeros fósiles se descubrieron hace apenas un siglo.

Los paraceraterios son los mamíferos terrestres mayores de todos los tiempos, con una altura de cinco metros y medio desde el suelo a la cruz, y de siete metros y medio a la cabeza, y ocho metros de longitud (sin contar la cola). Las estimaciones del peso varían, pero oscilan en torno a las quince toneladas.

Se supone que están relacionados con los rinocerontes actuales, pero a diferencia del rinoceronte blanco, se alimentaban arrancando las hojas de los árboles. Tampoco tenían cuernos.

Los animales de este género aparecieron en Asia central durante la primera mitad del periodo Oligoceno, hace aproximadamente treinta millones de años, y se extinguieron a mediados del periodo Mioceno, hace 16,6 millones de años.


Cuando el tamaño importaba

Los paraceraterios son los mamíferos terrestres conocidos de mayor tamaño. Los machos eran ligeramente más grandes que las hembras y estaban dotados de un cráneo cóncavo reforzado, cosa que podría indicar que combatían de manera parecida a las jirafas, golpeándose con la cabeza. Como sus parientes, los rinocerontes actuales, su vista no estaba tan desarrollada como el olfato; de hecho, sus pasajes nasales eran mayores que su cerebro.

Se diferencian de otros ceratomorfos (con forma de cuerno) de su tiempo en la forma y posición inusuales de sus dos dientes incisivos superiores, que tienen el aspecto de pequeños colmillos inclinados hacia abajo, en tanto que los incisivos inferiores se inclinaban hacia adelante, lo que le era muy útil para arrancar hojas de los árboles. Su boca también se caracterizaba por la gran movilidad de su labio superior.

Las patas y cuello eran largos, adaptadas para llegar a las hojas más altas de los árboles. Además de permitirles llegar a la vegetación más alta, sus robustas patas les podrían haber servido para defenderse de los depredadores. Una de las diferencias clave entre las patas de los paraceraterios y las de otros ceratomorfos es que las articulaciones del tobillo eran más flexibles.

Debido a su gran tamaño y consecuente menor relación superficie-volumen, es muy probable que tuvieran muy poco pelo y una piel clara como la de los rinocerontes actuales, para facilitar la pérdida de calor y evitar sobrecalentarse. La gestación duraba alrededor de dos años, y al nacer, las crías pesaban aproximadamente media tonelada.


Lobo solitario

Basados en la forma de su cuerpo, el tamaño de su cerebro y teniendo como base los datos conocidos del modo de relación de los rinocerontes, se puede inferir que el paraceraterio era un animal sin el complejo comportamiento social de los elefantes, y que no vivía en manadas.

Las hembras anunciaban que estaban en su período fértil mediante feromonas en el estiércol. En el momento de luchar por el derecho a aparearse con una hembra, los machos rivales combatían embistiéndose el uno en el otro con el cuello y la cabeza, de manera similar a cómo combaten las jirafas. Éste es el motivo por el cual los machos tenían un cráneo más reforzado y más cóncavo que el de las hembra. Los combates podían durar varias horas. El macho triunfante dedicaba mucho menos tiempo al apareamiento, para no someter durante tanto tiempo a la hembra a su gran peso.

Las crías eran amamantadas durante el primer año, y luego empezaban a comer alimento vegetal. Aproximadamente al mismo tiempo, la madre iniciaba otro período fértil. Aunque se quedara embarazada, la madre permitía a su cría quedarse con ella y continuar creciendo a su lado mientras durara la gestación, pero una vez nacida la nueva cría, la separaba, y el vástago, ya con tres años, comenzaba su vida solitaria.

Los paraceraterios contaban con un par de adaptaciones clave que les permitían resistir las áridas condiciones de su hábitat; además de poder permanecer periodos largos sin beber agua, poseían una gran memoria práctica, que les ayudaba a recordar dónde se encontraban los pozos y oasis del desierto. De esta manera, podían reencontrarlos en caso de escasez de agua superficial.


Rastros en la sabana

Los paraceraterios vivieron en las extensas llanuras del centro asiático y compartían ese hábitat con otros animales de gran tamaño, como calicoterios (pariente lejano del caballo, de patas delanteras largas y cuartos traseros cortos), otro grupo de ceratomorfos o entelodontos (relacionados con los cerdos actuales). Los depredadores también eran de grandes dimensiones, con la aparición de los hienodontes (antecedentes de la hiena), un grupo de creodontos y anficiónidos, dos mamíferos carnívoros ya extintos, del tamaño de un bisonte americano.

Se han encontrado restos fósiles de las diferentes especies de Paraceraterio en la India, Kazajistán, Mongolia, Pakistán y China.

Los primeros fósiles fueron descubiertos en Pakistán a la década de 1900, y el hallazgo más reciente tuvo lugar casi un siglo más tarde, cuando se descubrió una nueva especie en Dongxiang, China. El yacimiento más importante de paraceraterios es el de Hsanda Gol, en el desierto de Gobi.

La falta de alimento y los cambios climáticos, llevaron a este gigante de las llanuras asiáticas a extinguirse, hace unos 16 millones de años, y lo que quedaron fueron solo rastros, que han ayudado a los científicos a describir su forma, color, costumbres y ciclo vital. Datos que utilizó el creador de efectos especiales Phil Tippett, como la inspiración para darle forma a los vehículos AT-AT, que fueron presentados en el capítulo “El imperio contraataca” (1980) de la saga “La guerra de las galaxias”.


Cementerios gigantes

La formación de Hsanda Gol es un yacimiento paleontológico situado en la parte mongol del desierto del Gobi, especialmente conocido por su riqueza en fósiles de mamíferos de la época del Oligoceno, entre los que se destacan los más completos conocidos de paraceraterios. Entre éstos últimos se encuentra un esqueleto único de paraceraterio que había muerto de pie, probablemente atrapado en arenas movedizas.

La exploración paleontológica del siglo XIX y principios del siglo XX se concentró principalmente en yacimientos europeos y norteamericanos, como las fosforitas del Quercy o la formación de Hell Creek. Sin embargo Roy Chapman Andrews, del Museo Americano de Historia Natural, consiguió reunir fondos para hacer una expedición al desierto del Gobi, hasta entonces ignorado por los peligros que representaba. Andrews esperaba encontrar allí el eslabón perdido entre los simios y los humanos, pero lo que descubrió fue unos estratos que permitieron ampliar mucho la información conocida sobre la fauna asiática del Oligoceno.

La investigación científica en Hsanda Gol se vio interrumpida en 1930 a causa de la inquietud política de la zona, y el yacimiento no volvió a quedar abierto a los científicos extranjeros hasta 1990.

Indiana Jones en la Patagonia

Existe en Argentina una fundación que estudia la relación entre una meseta rocosa conocida como el Fuerte, en Río Negro, y las supuestas andanzas de los templarios por el continente americano con la misión secreta de fundar la Ciudad de los Césares y proteger el Santo Grial.



A 41º de latitud sur y 65º de longitud oeste, dentro del Golfo San Matías, a unos 15 kilómetros de San Antonio Oeste y en las cercanías de la ciudad balnearia de Las Grutas, se encuentra lo que se conoce hoy como el Fuerte Argentino, que hasta hace poco se llamaba Fuerte Abandonado. Los miembros de la Fundación Delphos lo consignan como una de las tres construcciones realizadas por los Caballeros Templarios en la Patagonia. Dicen que quizás ayer el Fuerte fue una de las ciudades de los Césares, construida por los templarios para salvaguardar su más preciado tesoro, el Santo Grial.


La Fundación

En su página web, la Fundación Delphos –que se constituyó en 2001, aunque venía trabajando como Grupo Delphos desde varios años atrás– se define como “un equipo multidisciplinario que opera conocimientos, signos y ritos con el fin de viabilizar el tránsito de nuestro mundo hacia la próxima era”.

Entre sus objetivos, se cuentan “estudiar, profundizar, desarrollar, difundir y actuar el pensamiento tradicional”, para lo que dicen promover “todas las acciones que llevan a descubrir y clarificar las verdades históricas que iluminan el conocimiento tradicional”, apoyando “la búsqueda de símbolos y reliquias sagradas que hacen a nuestro acervo cultural”.

Dentro de este marco, la Fundación “no reconoce límites preconcebidos religiosos, étnicos, ni ideológicos de ningún tipo, siempre que sus visiones se ajusten a los eternos principios de verdad, justicia y amor”.

La Fundación Delphos es, a primera vista, una organización familiar, ya que su presidente es Carlos Fluguerto Martí, Pablo y Nicolás Fluguerto Martí son secretario y tesorero, respectivamente, y Fernando Fluguerto Martí es el coordinador general. Luego aparecen como asesores los señores Jorge Castañerda y Luis García Mata, junto a otros dos ya fallecidos.

Para cumplir sus objetivos, la Fundación organiza cursos y conferencias sobre temas históricos y arqueológicos o antropológicos, expediciones a lugares que considera históricos y realiza investigaciones.

Bajo todo esto, se esconde el objetivo central, que es la búsqueda de los rastros de los Caballeros de la Orden del Temple, de los que aseguran que en los albores del pasado milenio, mucho antes de Colón, Magallanes y otros conquistadores, navegaron desde los puertos galeses hasta la Patagonia, donde habrían edificado al menos tres ciudades de los Césares –una sería el mencionado Fuerte, otra en la Meseta de Somuncurá, y la tercera en Chile, al norte de la isla de Chiloé– y que en la central habrían ocultado el Santo Grial, siguiendo su mandato eterno de protegerlo.


El Santo Grial y los Templarios

Según la leyenda, el Santo Grial fue el cáliz, copa o vaso que usó José de Arimatea para recoger la sangre de Jesucristo en la Cruz. En casi todas las versiones de la leyenda, es la misma copa o vaso usado por Cristo en la última cena.

De acuerdo a la versión española, el verdadero Grial es el que se encuentra en la Catedral de Valencia después de haber permanecido por mucho tiempo en el monasterio de San Juan de la Peña. Todos los demás estudiosos sostienen que se ha perdido o que sus custodios lo mantienen oculto.

Sangreal es otra denominación para el Santo Grial. La palabra refiere a “sangre real”, ya que, según la ideología antigua, Cristo era descendiente de reyes.

En la Edad Media existió un grupo de hombres que se hacía llamar la Orden del Santo Grial (La Orden del Temple o de los Caballeros Templarios), pretendían resguardar tanto el cáliz como la lanza con la que fue herido Jesucristo. Según ellos, el cáliz habría pertenecido al servicio de mesa de José de Arimatea, el rico comerciante judío que según la Biblia cristiana, organizó la Última Cena, y fue también usado por el mercader para recoger la sangre que manó de las heridas de Jesús.

José de Arimatea habría solicitado a Poncio Pilatos que se le entregara el cuerpo de Jesús, a quien hizo enterrar en una tumba de su propiedad, y la lanza con que fue herido (que quedó en su poder, junto con la copa).

En un viaje de negocios, José habría llegado hasta Albión (nombre mitológico con que se identifica a Gran Bretaña). Allí se quedó a vivir y levantó la capilla de Glastonbury. Se dice que antes de morir, José de Arimatea fundó la Orden del Grial para custodiar las reliquias, la que dio nacimiento, en el siglo VI, al rey Arturo y su corte de caballeros, que continuaron la custodia del Santo Grial, de acuerdo a la tradición celta.

Luego se perdió el rastro de la copa divina, lo que dio lugar a numerosas leyendas, historias y búsquedas a lo largo de los años. Una de esas leyendas, habla del viaje de los Caballeros del Temple a tierras patagónicas, donde pusieron a salvo el Grial de las luchas que se daban en toda Europa y las persecuciones de que era objeto esta orden de guardianes.


El buscador mayor

Dice Carlos Fluguerto Martí que en la Fundación Delphos que preside, mantienen como hipótesis que “el Santo Grial llegó a la Patagonia alrededor de 1307 pero ignoramos su ubicación actual, por eso continuamos estudiando, investigando y explorando los sitios claves para este tema”.

“Considero que la búsqueda en la que estamos comprometidos es la mayor misión de mi vida, pues el Grial es la realidad física y metafísica mayor y más trascendente de todo el mundo y de toda la historia», declara Fluguerto Martí, un ingeniero industrial y en Sistemas, con estudios en Buenos Aires y EE.UU.

Según aclara, el presidente de Delphos tomó contacto en 1987 con un libro que marcaría definitivamente su actual búsqueda. Se trata de “Perlesvaus o el Alto Libro del Graal” de autor anónimo, donde en su capítulo 11 se habla de un viaje por barco desde Gales hasta una remota “insula” cercana a una costa, donde el piloto no reconoce las estrellas y el navío queda “encallado en seco” debido a la enorme amplitud de las mareas.

“Desde 1997 comenzamos los trabajos de campo en esa zona, abarcando un rectángulo formado por las localidades de San Antonio Oeste, Valcheta, Ingeniero Jacobacci y Rawson, Trelew, el curso del río Chubut, y Trevelin en el extremo Sudoeste”, explica Fluguerto Martí, lo que se corrobora con los informes y fotografías que guarda el sitio web de la Fundación.

Delphos tiene la hipótesis de que una orden europea, galesa o celta, que ellos llaman proto-templaria, “construyó en esa franja por lo menos tres enclaves fortificados desde los primeros siglos de la era cristiana”. Y continúa: “Cuando en 1307 la Orden Templaria fue perseguida en Europa, la flota anclada en La Rochelle (Francia) se escapó y luego de buscar el Grial y otras reliquias, navegó hasta el puerto fortificado que estaba en El Fuerte, por así decir, esperándolos. A partir de ese momento, estos enclaves templarios se abandonaron voluntaria y organizadamente, y el Grial y las otras reliquias fueron trasladados a otro lugar que desconocemos por el momento y siguen guardados por esa misma Orden en forma encubierta”.

En base a los datos del libro “Perlesvaus o el Alto Libro del Graal” y otros “recogidos durante nuestra visita al sudoeste de Gran Bretaña en 1990, buscamos una meseta elevada y aislada en las costas de los golfos San Matías o Nuevo, y esta configuración orográfica se da únicamente en El Fuerte”.


Una isla que ya no está

El Fuerte es una formación rocosa de características bastante particulares. Es una gran meseta que se erige en las costas y alcanza los 153 metros sobre el nivel del mar. Observado desde lejos el Fuerte se parece demasiado a una isla.

Y tranquilamente pudo haberlo sido hace unos mil años. Hay quienes sostienen que para ese entonces el mar habría estado unos 20 metros más alto y que el río Negro habría tenido una segunda desembocadura, justo al sur del Fuerte.

Ese lugar de apariencia desolada esconde, según Fluguerto Martí, un secreto: es una ciudad de la Orden del Temple abandonada, que en sus tiempos de gloria albergó al Santo Grial.

En Delphos cuentan que según muchos historiadores, la Orden realizaba viajes frecuentes a América en tiempos precolombinos; por lo cual no debería parecer extraña la idea de que estableciesen ciudades en el continente.

La Fundación dice que se establecieron tres ciudades en la actual región patagónica: una sobre el Pacifico cerca de la ciudad de Osorno; otra en los antefuertes de los Andes; y la tercera sobre el atlántico dentro del Golfo San Matías donde se halla el Fuerte, supuesto enclave sobre el cual se extienden sus investigaciones.

El material cartográfico es uno de los mayores sustentos de su hipótesis. En un atlas editado en 1865 de Juan Antonio Víctor Martín de Moussy, un cartógrafo contratado por el gobierno de Urquiza, se hace referencia al Fuerte como “Ancien fort abandonné”. En otros seis mapas de la época se marca este sitio como un fuerte.

La Fundación Delphos decidió realizar numerosas expediciones a la zona del Fuerte. Desde diciembre de 1997 hasta noviembre del 2006 llevó a cabo más de 8 expediciones en las cuales pudo conseguir testimonios orales y algunos descubrimientos materiales.

En uno de los mapas que parece confirmar el pasado insular del Fuerte, dibujado por el español Cruz Cano, se hace referencia además a hombres blancos. En base a este dato la Fundación entrevistó a pobladores actuales que rememoraron un antiguo acuerdo secreto llevado a cabo entre sus ancestros y unos hombres blancos que hablaban una lengua extraña.

En cuanto a los hallazgos materiales, los investigadores de la Fundación encontraron en abril de 1998 un bloque de granito oscuro o piedra basáltica, que en una de sus caras tiene grabado en bajorrelieve una cruz de brazos iguales a la que denominaron “piedra templaria”. También descubrieron varias “tejuelas” o mosaicos de forma triangular con una cara alisada y la otra estriada que habrían sido parte del revestimiento de las construcciones que había allí.

Otros elementos encontrados que suscitan un particular interés fueron algunos hallazgos litográficos, como una moneda con una cruz, un círculo y una especie de media luna.

Con estos datos puede llegarse a la hipótesis de que el nombre del Fuerte no es azaroso, pero todavía es difícil vislumbrar la presencia del Santo Grial en aquel lugar remoto de la Patagonia.

La Fundación Delphos llega a esta conclusión luego de la lectura de varios libros y manuscritos antiguos en los cuales se relatan situaciones o se hacen descripciones que pueden encajar con su hipótesis. Pero no hay nada fehaciente que pueda llegar a manifestarnos este “secreto” como algo real.

En las páginas de la Fundación, se lee: “Siempre sostuvimos que el Fuerte habría sido una “ínsula costera” junto a la segunda desembocadura del río Negro (o Cuvu Leuvu) como lo denominaban los Tehuelches. Esta isla la señalaban los indígenas justo al norte de la desembocadura del río Negro que salía al mar por la Bahía Sin Fondo, es decir el actual Golfo San Matías”.

Para sustentar estas teorías, se apoyan en todo indicio que los ayude. Así consignan que en el libro “Crónica de la Colonia Galesa de la Patagonia”, del Rvdo. Abraham Matthews, se lee lo siguiente: “Algunos geólogos opinan que hace unos mil quinientos años, la Patagonia estaba bajo el nivel del mar, que batía entonces sus olas contra las montañas andinas. Después, abandonó primero las alturas que nosotros llamamos “el campo” y se redujo a los niveles mas bajos que ahora denominamos “el valle”. Al parecer, el valle era entonces un gran golfo que se internaba unas cincuenta millas tierra adentro. El mar se alejó paulatinamente de este golfo, que fue cubierto en fina capa por las aguas dulces que bajaban de los Andes”.

Nombran además un párrafo del conocido historiador chubutense Lewis Jones, de su libro “La Colonia Galesa”: “Se produjo luego otra regresión del mar, y entonces comenzó el ascenso de la tierra que continúa en nuestros días. No parece que este ascenso sea constante. A veces es más lento y a veces cesa. A ello se debe la serie de escalones de cantos rodados que muestran en los valles la posición de las sucesivas playas. El ascenso del continente ha sido medido con exactitud en el litoral chileno durante varios años y se ha precisado que es de siete décimas de pulgadas anuales. Del lado argentino también se eleva, pero más rápidamente. En Puerto Gallegos hay ahora mucha playa lejos de las que el mar cubre con las mareas, en la cual la vegetación no ha empezado a crecer todavía”.


En la Meseta

La Meseta de Somuncurá es el sector donde los discípulos de Delphos creen que se encuentra la principal ciudadela de los Césares, donde aún estaría oculto el Santo Grial.

Esta formación ocupa un vasto territorio del centro-sur de la provincia de Río Negro y el norte de Chubut, de unos 27.000 kilómetros cuadrados. Es una altiplanicie basáltica, con relieves de conos volcánicos, sierras, cerros que se acercan a los 1.900 metros sobre el nivel del mar, como el Corona, intercalados con lagunas temporarias y arcillosas.

La meseta es una formación con varios cañadones por donde bajan los arroyos que los provocaron. En tiempos pasados, la meseta fue cubierta en varias oportunidades por el mar. Muestra de ello son los restos de bivalbos y fauna marina que en ella se encuentran y las formas que las aguas tallaron en sus taludes formando golfos, cabos, puntas y bahías, hoy secas.

Dentro de la meseta se encuentran las poblaciones El Caín, en la provincia de Río Negro; y Gan Gan y Gastre en la provincia del Chubut. Las unidades de la Fundación Delphos la recorrieron en once oportunidades, entre abril de 2000 y marzo de 2006.

En la meseta de Somuncurá se encuentra un gigantesco cráter meteórico con un diámetro de cinco mil metros (el de Arizona, en EE.UU., tiene un diámetro de 1.500 metros). En la superficie se encuentran unos extraños “pozos que respiran”. Han sido denominados así ya que aspiran y expiran aire en un ciclo sinusoidal de 36 horas. La temperatura del aire expirado es de 5ºC y la humedad de 85% relativa. Según algunos visitantes, estas características indicarían que están en contacto con el mar, pero dada la distancia a que se encuentran de las costas, tanto del Atlántico como del Pacífico, han elaborado la teoría de que habría un conducto subterráneo entre ambos océanos, y el inusual ritmo de 36 horas en la “respiración” sería el resultado de la interacción de las mareas entre ambos.

Se han encontrado también en la meseta numerosas pinturas rupestres donde siempre se destaca la presencia de figuras como de cruces rojas de brazos iguales.


La búsqueda permanente

El Santo Grial no sólo es buscado por Delphos, ni la Patagonia es la única zona en que se lo trata de encontrar. También se lo ha rastreado por toda Europa, especialmente en tierras galesas y en Francia, en Tierra Santa y en numerosos lugares más.

Todos sus buscadores van encontrando rastros que confirman que están en la senda, aunque el resto sospeche que descartan los que puedan llegar a desviarlos o desmentirlos.

El cáliz físico que buscan puede estar en la Patagonia, en Cuzco o cualquier otra parte del mundo –y para muchos ni siquiera existe–, pero en todos sus buscadores, sea donde sea que anden olfateando rastros, provoca lo mismo: cada misterio resuelto devela nuevos interrogantes, que obligan a dedicar más tiempo y pasión, hasta que es más importante la búsqueda en sí misma que su resultado.

A través de los siglos, la Patagonia fue surcada por buscadores de ciudades maravillosas, tesoros ocultos, plesiosaurios, riquezas minerales y muchas cosas más, y cada uno de esos sabuesos impulsó, de algún modo, el conocimiento y también el progreso en muchas zonas aisladas.

Tal vez los buscadores hayan sentido en lo más profundo el acecho del fracaso ante los sucesivos yerros, pero vistos desde afuera y a lo lejos, su búsqueda no hizo más que alumbrar y purificar sus vidas, que es justamente lo que esperan obtener cuando sacien su sed bebiendo de la copa que albergó la sangre del rey de reyes.

La última estrella

La isla de los Estados en una franja de tierra alargada en la que la cordillera de los Andes abandona el continente y se hunde en el mar. Recorrida por numerosas naves piratas, de guerra, mercantes y científicas, durante algún tiempo se creyó que era una península de un continente del que ya los griegos hablaban.



La isla de los Estados está ubicada en el sur del océano Atlántico, 24 kilómetros al este de la península Mitre, punto más oriental de la isla Grande de Tierra del Fuego, de la que la separa el estrecho de Le Maire.

La isla y sus islotes circundantes son parte de la provincia de Tierra del Fuego, más precisamente del departamento Ushuaia. Fue declarada por el gobierno fueguino reserva provincial ecológica, histórica y turística en setiembre de 1991, pocos meses después de sancionarse la Constitución de la provincia más joven de Argentina.

Justamente por haber sido declarada reserva, el acceso a la isla está restringido a los contingentes turísticos que la visitan, quienes están obligados a pernoctar en la embarcación que los traslada. El archipiélago en su totalidad es de propiedad de la Armada argentina.


La última montaña

La isla de los Estados tiene forma alargada en dirección este – oeste. En ese sentido, su longitud a lo largo es de 65 kilómetros, y llega a los 16 kilómetros de ancho como máximo, y a 500 metros como mínimo.

En sus 534 kilómetros cuadrados (poco más del doble que la ciudad de Buenos Aires), encierra una accidentada orografía, con costas recortadas por fiordos y bahías. La altura más alta es el monte Bove, de 823 metros sobre el nivel del mar (msnm), al que acompañan alturas cercanas a los 800 msnm, que representan los últimos picos de la cordillera de los Andes antes de hundirse en el mar. El relieve fue tallado por la acción directa de los glaciares del Pleistoceno (hace 2,5 millones de años), a la que se sumaron los movimientos tectónicos, ya que la isla se encuentra en el límite de las placas Sudamericana y de Scotia.

Gobernada por un clima perhúmedo (es decir, sin época seca), con un promedio de 2.000 milímetros de lluvias anuales, la isla de los Estados contiene varias entradas del mar. En su costa norte, los accidentes más importantes, de oeste a este, son las bahías Crossley, Balmaceda, Flinders, San Antonio y Colnett. Al sur de la isla se destacan las bahías Franklin, Capitán Cánepa, York, Grant y Blossom.

Los puertos en la costa norte, de oeste a este, son Hoppner, Parry, Presidente Roca, Basil Hall, Año Nuevo, Cook, Pactolus y San Juan de Salvamento, mientras que en la costa sur están los puertos Back o Lencina, Vancouver, Lobo, Heredia y Celular.


Una isla, muchas más

La isla de los Estados está acompañada por otras islas menores e islotes que conforman el denominado Archipiélago de Año Nuevo. De ellas, la mayor es la isla Observatorio, de 4 kilómetros cuadrados de superficie, ubicada a 6.500 metros al norte de ella.

La isla Observatorio forma parte de un grupo al que se integran las islas Elizalde, Zeballos y Alférez Goffre. Otro grupo se halla al sur de la isla, las Dampier, de la cual la mayor es la Barrionuevo y las menores los islotes Azar, Gazal, Gianotti y de Chiara. Al sur de la bahía York se hallan las islas Menzier, grupo formado por las Ruiz, Sánchez, Vargas, Velázquez y más alejado el islote Gatica. El grupo de los islotes 350 pies frente a punta Soria está conformado por los islotes Villegas, Peña, Rojas, Méndez y Maragliano.

Forman también parte del archipiélago los islotes los Tres García (en el estrecho de Le Maire frente a punta Cuchillo), Trípode, isla Mendieta (ambos en bahía Flinders), islote Gemma, islote Montegrosso, roca Ibáñez, y una media centena más.

En la isla principal, la vegetación se compone de bosques de guindos y canelos, con un sotobosque de helechos, líquenes, musgos y arbustos espinosos, como el calafate.

Dentro de su fauna, se destacan en especial las aves y mamíferos marinos que habitan en sus aguas y costas, como pingüinos de varias especies, cetáceos, lobos marinos de uno y dos pelos, nutrias marinas y varias especies de gaviotas, cormoranes y petreles.

En las lagunas interiores se encuentran el huillín o nutria de agua dulce y el pez cuyén o puyén. El hombre, en sucesivas exploraciones, introdujo cabras, en 1868, y ciervos colorados, en 1976. Escondidas en los barcos, lograron arribar y colonizar esta isla las ratas pardas, las que con el tiempo han evolucionado, siendo más peludas y grandes que en otras regiones. Fueron también introducidos conejos y vacas, pero estas últimas no prosperaron.


Una vieja conocida

La isla de los Estados es visible desde la costa de la isla Grande de Tierra del Fuego. Por esa razón, ya figuraba en leyendas de los nativos onas y haush. Estos últimos la llamaban Jaius o Jaiwesen, en tanto que los onas la conocían como Kéoin Harri o Keoin Hurr, y los yámanas la llamaban Chuainisin.

Entre enero y febrero de 1982, la etnóloga francesa Anne Chapman realizó excavaciones en la zona de bahía Crossley, hallando evidencias de presencia humana que se habría producido entre los años 300 aC y el 500 dC. Es probable que esa presencia humana haya sido de los yámanas, que habitualmente navegaban en canoas los canales fueguinos.

El 24 de enero de 1616, el barco holandés Eendracht, bajo las órdenes de Willem Schouten y con el explorador de ese país, Jacob Le Maire entre sus tripulantes, realizó una circunvalación al globo terráqueo, en el que se descubrió esta isla y la conexión del Atlántico y el Pacífico a través del Cabo de Hornos, demostrándose así que Tierra del Fuego no era un continente que se extendía hacia el sur, sino una isla.

Los marinos bautizaron a la isla de los Estados, Statenlant, en honor al parlamento de los Países Bajos, Staten.

En su bitácora, la describieron como “la silueta alargada de una tierra oscura, de montañas afiladas”, y la cruzaron a través del estrecho que desde entonces llevó el nombre del explorador Le Maire, creyéndola en ese momento como parte de una zona aún desconocida, que figuraba en los mapas como Terra Australis Incognita, un continente imaginario con orígenes que ya mencionaban los griegos Aristóteles y Eratóstenes.

Tres años después, en 1619, arribaron al estrecho las naves comandadas por los hermanos Nogal, que habían sido enviadas por la corona española para verificar el descubrimiento de Schouten.

En 1924, hizo lo propio la expedición holandesa denominada Flota de Nassau, de once barcos, comandada por Jacques de Clerck, conocido como Jacques L’Hermite (el heremita), con cuyo nombre se bautizó al archipiélago chileno ubicado frente al Cabo de Hornos. L’Hermite se dirigía al puerto del Callao, para atacar a la colonia española allí asentada, como parte de las luchas que mantenía el príncipe holandés Mauricio de Nassau con el reinado español.

Una vez llegado al estrecho de Le Maire, los fuertes vientos le impidieron avanzar, por lo que recorrió y levantó datos cartográficos de las costas fueguinas por un mes entero. Con los vientos propicios, retomó su viaje, y finalizó sus días frente al Callao, donde el escorbuto y la disentería, que venían diezmando a su tropa, terminó con su vida.

Recién en 1643, 24 años después de su descubrimiento, se hizo el primer relevamiento completo de la isla de los Estados. Estuvo a cargo de otro holandés, Hendrick Brouwer, que la circunnavegó confirmando que era una isla y no una larga península de la Terra Australis Incognita. Brouwer la describió como “un reducido bastión de roca azotado por el oleaje y los vientos del polo”.

A partir de 1701, buques franceses la recorrieron y desembarcaron en ella en distintas expediciones a lo largo de una década, ampliando su conocimiento y dando nombre a varios de sus accidentes.

Los registros indican que en 1787, el británico James Colnett realizó la primera explotación conocida de pieles de lobo y grasa de pingüinos en la isla, en tanto que en 1790, el bergantín norteamericano Hancock recaló en la isla dando muerte a una enorme cantidad de lobos y elefantes de mar.

El primer relevamiento de fauna y flora lo realizó la expedición francesa de Luis Duperrey, en 1822.


Presencia nacional

En 1823, el argentino Luis Vernet, que pocos años después gobernaría las Malvinas, exploró la isla e instaló un aserradero en la bahía Flinders. Un decreto del gobierno de Buenos Aires del 5 de enero de 1828 le concedió la isla para colonizarla, aunque reservándose 10 leguas (unos 45 kilómetros).

Vernet estableció ese mismo año una lobería en Puerto Hopner. La isla de los Estados fue incluida dentro de la Comandancia Política y Militar Malvinas creada en 1929 por Juan Manuel de Rosas, y el propio Vernet fue su comandante, en cuya condición mandó construir ese mismo año algunos refugios en Puerto Cook. Al finalizar su mandato en 1932, como consecuencia del ataque de la goleta norteamericana Lexinton, la isla de los Estados fue abandonada.

Paralelamente, expediciones científicas habían aumentado el conocimiento del lugar. En 1828, el británico Kendal de la tripulación del HMS Beagle, realizó un completo relevamiento de la isla. Ese mismo año, otra expedición británica al mando de Henry Foster realizó una completa cartografía y dio nombre a la mayoría de sus accidentes geográficos, tales como fiordos Hoppner, Parry, Basil Hall, Cook y Vancouver, bahía y el cabo Colnett, bahía Blossom, bahía York, etc.

Finalmente, en 1832, la isla fue visitada por Charles Darwin en su famoso viaje a bordo del HMS Beagle.

Conocedor de lo peligroso de los mares circundantes, el comandante Luis Piedra Buena, quien había rescatado ya a un grupo de náufragos alemanes, construyó en 1862 un refugio cerca de la bahía llamada Puerto Cook. Piedra Buena gestionó durante varios años la extracción de aceite de foca y de pingüino en la isla a la que había arribado por primera vez en 1847 e izado la bandera argentina en 1859.


Asentamiento argentino

El 6 de octubre de1868, mediante la ley Nº 269, el Estado argentino concedió a Piedra Buena la propiedad de la isla de los Estados como reconocimiento a sus labores humanitarias y de afirmación de la soberanía argentina en las tierras australes. En 1869, Piedra Buena hizo construir un refugio en la bahía Rockery Penguin para iniciar actividades de explotación.

En febrero de 1873, Piedra Buena zarpó del puerto de Punta Arenas en el pailebote Espora, para establecer su soñada lobería en la isla de los Estados. A los pocos días fondeó en la bahía Hoppner, llamada también de las Nutrias, en el extremo sudoeste de la isla. Allí, sobre la costa, instaló Piedra Buena su factoría, empezando en seguida la trabajosa matanza, en la que tomaban parte los ocho tripulantes. Tras una fuertísima tempestad que duró varios días, el 10 de marzo el Espora, ya sin velas y barrida su cubierta por los embates del viento, escoró y se hundió. Y a partir de allí se desarrolló una de las más famosas epopeyas del marino argentino, quien al cabo de tres meses y un día, se hizo de nuevo a la mar en el cutter Luisito, la nave que construyó con los restos del Espora, junto a sus siete compañeros, con la sola ayuda de una sierra y dos hachas de mano.

El gobierno de Buenos Aires estableció en 1878 la Gobernación de la Patagonia, cuyo territorio nominal se extendía desde el Cabo de Hornos, incluyendo la isla de los Estados, “hasta los límites de las tierras nacionales situadas al exterior de las fronteras de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza”

Con la firma en 1881 del Tratado de Límites entre Argentina y Chile, se estableció que pertenecían a la República Argentina “la isla de los Estados y los islotes próximamente inmediatos a ésta”, finalizando la nominal reclamación chilena sobre la isla.

En 1881 llegó a la isla de los Estados la expedición argentino-italiana de Santiago Bove al mando de Piedra Buena, que recaló por dos meses en la bahía Rockery Penguin renombrándola Puerto Roca en homenaje a quien patrocinó la expedición. Realizaron trabajos hidrográficos y geológicos, midieron las alturas de algunas montañas y las escalaron.

El 17 de abril de 1884 llegó a San Juan del Salvamento una expedición naval argentina (División Expedicionaria al Atlántico Sur) al mando del comodoro Augusto Lasserre, quien hizo construir edificios para establecer una estación de Salvamento y subprefectura, un muelle y cuadras para presos militares.

El 25 de mayo de 1884, Lasserre inauguró el Faro de San Juan de Salvamento y la Subprefectura Marítima en la Isla de los Estados. El faro funcionó hasta 1902 que fue reemplazado por el de Isla de Año Nuevo (octubre de 1902), dado los naufragios que ocasionó. El Faro de San Juan es más conocido como “el faro del fin del mundo”, y su historia de naufragios inspiró a Julio Verne la novela homónima, publicada en 1905.

El 26 de setiembre Lasserre continuó hacia Ushuaia, dejando una guarnición de 24 hombres y 10 presos militares trasladados desde Buenos Aires, que tenían oficios acorde a las necesidades como carpintería, cocina, etc.

El 25 de julio de 1890 fue creada una estafeta postal en San Juan del Salvamento, donde se contaba, cinco años más tarde, con una población de 154 personas. En marzo de 1899 la subprefectura y el presidio militar fueron trasladados a Puerto Cook.


Abandono de la isla

El Faro San Juan de Salvamento se clausuró el 30 de setiembre de 1902, y en diciembre de ese año se trasladó a Ushuaia la prisión militar, desmantelándose todos los edificios entre 1903 y 1904. A finales de ese año se estableció en Puerto Cook una industria de grasería y saladero de cueros, pero poco después fue abandonada.

En 1909, la Nación creó el Territorio Nacional de Tierra del Fuego y determinó que el archipiélago quedaba dentro del Departamento Isla de los Estados. Tres años después, el Estado compró la isla a los herederos de Piedra Buena y más tarde, en 1936, el presidente Agustín Justo dispuso su reserva “con fines de utilidad pública y con destino a las necesidades del Ministerio de Marina, la totalidad de la superficie que constituye la Isla denominada de los Estados e islotes de su litoral, adyacentes, inclusive el grupo de islas de Año Nuevo”. La isla pasó así al dominio de la Armada Argentina.

Desde el 4 de octubre de 1978, los únicos habitantes de la isla son los militares instalados en el Puesto de Vigilancia y Control de Tránsito Marítimo “Comandante Luis Piedra Buena” que la Armada tiene en Puerto Parry. Es el único sitio habitado y su función es custodiar a los barcos que navegan por la zona. Tiene una dotación de cuatro marineros que se rota cada 45 días, posee un helipuerto y estación de comunicaciones. Su establecimiento coincidió con el momento más álgido del conflicto con Chile por el Canal de Beagle.


La última estrella

En 1997, los restos del Faro de San Juan de Salvamento fueron trasladados al Museo Marítimo de Ushuaia por una operación de rescate realizada por el Museo y la Armada Argentina. El ingeniero Mirón Gonik elaboró los planos, a medida que se retiraban sus restos, luego de que colapsara sobre sí mismo.

En el Museo Marítimo de Ushuaia se construyó una maqueta a tamaño real del Faro, conteniendo los restos del original. Finalmente, en 1998, se instaló una réplica del faro en su lugar original de punta Lasserre, en base a la única fotografía existente tomada en 1898 por Adrien de Gerlache de Gomery, explorador polar de origen belga.

Sabuesos de la nada

Hay animales y seres que solamente existen en la cultura popular, y hay otros que alguna vez pisaron la Tierra, y se extinguieron. A ambos los persiguen los criptozoólogos, señores sin otro afán en la vida que encontrar las huellas de lo que no existe o ya no está.



El número de especies de seres vivos, que transitan este planeta azul que compartimos y que han sido descriptas e identificadas por la ciencia a la fecha es de alrededor de 1,75 millones, de los cuales dos tercios corresponden al reino animal. Sin embargo, se piensa que este número es una subestimación de la cantidad real que vive sobre la Tierra, pues cada año se descubren varios miles de especies nuevas. Quienes así lo creen, estiman entre 5 y 50 millones el número real, dependiendo de las distintas estimaciones.

En los grupos bien conocidos, como mamíferos, aves y plantas superiores, donde los organismos son grandes, visibles y de interés público y taxonómico, el número de especies es bastante aproximado, pero en los grupos restantes sólo se conoce una pequeña parte del total que deben existir e incluso la estimación de este número es difícil. La dificultad es incluso mayor cuando se trata de bacterias y microorganismos.

Pese a esos números, que arrojan material suficiente para entretener al estudioso más exigente por décadas, hay una gran cantidad de señores distribuidos en todo el orbe, que se dedican a buscar lo que, según el conocimiento científico mayoritario –y en la mayoría de los casos, el sentido común– jamás encontrarán. Son los criptozoólogos.

El estudio de lo que no está

La criptozoología (del griego cryptos, oculto, zoos, animal, y logos, estudio; literalmente, “el estudio de los animales ocultos”) es la disciplina que domina el estudio y búsqueda de hipotéticos animales actuales denominados “críptidos”; los que, según sus acólitos, estarían quedando fuera de los catálogos de zoología contemporánea.

Los criptozoólogos buscan, en resumen, animales considerados extintos o desconocidos para la ciencia, pero presentes en la mitología y el folklore, algunos de los cuales con presencia en el andamiaje cultural de pueblos sin contacto entre sí.

El principio básico de la criptozoología, es dar como un hecho la existencia real de los críptidos, ya que algunas de las características que presentarían estos animales hacen creer que hay posibilidades de que estas criaturas existan.

Pero la criptozoología también se dedica al estudio de presuntos animales desconocidos, para lo que cuenta con una larga lista de testimonios e historias que los mencionan a través del tiempo, y que en algunos casos son reportados por algunos supuestos testigos que informaron avistamientos ocasionales entregando una descripción coincidente con las características de animales extintos.

Antiguamente, se asociaba a la criptozoología exclusivamente con las criaturas mitológicas presentes en mitos y leyendas, pero en realidad sus cultores sólo buscan aquellos críptidos que puedan ser calificados como tales, es decir, que presenten características descriptivas que hagan verosímil su existencia, que cuenten con testigos que afirmen haberlos avistado a ellos o a sus huellas, o que se trate de animales considerados extintos hace ya muchos miles de años. El famoso Monsotruo del lago Ness, el popular Pie Grande o el Nahuelito, entran en esta categoría, al igual que el elefante pigmeo (un elefante que cabría en la palma de la mano) o el kraken, un pulpo o calamar gigantesco, que según los escandinavos atacaba los barcos y se comía a sus tripulantes.

Al amparo de internet y las redes sociales, los criptozoólogos, que en su gran mayoría actuaban en forma aislada, han ido reuniéndose en páginas y sitios de divulgación, y hoy existen muchísimos foros en los que comparan notas y comparten sus hallazgos, que en su visión los acercan cada vez más al avistaje de esos seres que son negados por la ciencia.


Encuentros y desencuentros

La criptozoólogos reclaman para sí ciertos descubrimientos de la zoología tradicional hechos hace relativamente poco tiempo, aunque no hayan sido logrados por ellos, y los muestran como base para dar continuidad a su disciplina.

Igualmente, la criptozoología propone dentro de su ámbito a ciertos descubrimientos realizados por zoólogos regulares o por simple casualidad, los cuales son citados y utilizados como justificación de su disciplina.

Entre estos descubrimientos, los más conocidos son la mariposa esfinge de Morgan, el calamar gigante, el celecanto y el okapi.

La mariposa esfinge fue descripta antes de descubrirla, nada menos que por Charles Darwin, quien observando cierta variedad de orquídeas, predijo que debía existir una especie de insecto –que caracterizó como mariposa– con una trompa tan larga como para llegar al polen y permitir su reproducción. El insecto fue avistado a principios del siglo XX –cuarenta años más tarde de que Darwin lo predijera– y mostraba una trompa de 30 centímetros de longitud. En su nombre científico se agregó el término “praedicta”, que significa predicha, en honor al científico.

En 1887, un ejemplar de calamar gigante quedó varado en las costas de Nueva Zelanda. Se trataba de una hembra de 18 metros de largo. Luego, numerosos ejemplares han sido encontrados en distintas costas o en las profundidades marinas, el mayor con una longitud cercana a los 22 metros. Es un cefalópodo que vive en aguas profundas y cuyo tamaño promedio oscila entre los 4 y 13 metros. Para los criptozoólogos, son una muestra de la existencia del kraken, el calamar gigante de los escandinavos, con tentáculos de más de 30 metros.

El celacanto es un pez de aletas lobuladas que se creía extinto en el período Cretácico (hace unos 100 millones de años) hasta que fue capturado un ejemplar en las costas de Sudáfrica, en 1940. Datan del período Devónico (400 millones de años atrás) y la mayor cantidad de fósiles encontrados previamente, tienen una antigüedad de 350 millones de años. Junto con los peces pulmonados, son los seres vivos marinos más cercanos a los vertebrados terrestres, algo así como el eslabón perdido en el pasaje de la vida desde los mares a la superficie.

El okapi, por último, es el pariente vivo más cercano a la jirafa, similar a los jiráfidos que poblaron el Mioceno, hace unos 15 millones de años. Hasta su avistaje, en 2006, sólo se contaba con las descripciones de los nativos pigmeos del Congo y algunas pieles rescatadas. Se trata de un animal similar a un asno de color pardo-rojizo con rayas blancas y negras en las patas y cuartos traseros, que se lo consideraba extinto. Su figura es el emblema de la Sociedad Internacional de Criptozoología, pese a no haber sido descubierto –ni descripto previamente– por alguno de sus miembros.


Vox populi, vox dei

Se atribuye al zoólogo belga Bernard Heuvelmans (1916-2001) la invención del término criptozoología, a la que definió como “el estudio de los animales sobre cuya existencia sólo poseemos evidencia circunstancial y testimonial, o bien evidencia material considerada insuficiente por la mayoría”. Su libro “Tras la pista de animales desconocidos” es considerado el texto iniciador de la disciplina, aunque él mismo se lo atribuye al holandés Anthonid Oudemans, que en 1892 publicó el estudio “La gran serpiente marina”.

Heuvelmans preconizó que la criptozoología debía ser practicada con rigor científico, pero también con una actitud abierta e interdisciplinaria, dando a estos términos un sentido ajeno al de “rigor científico”, indicando además que se debía prestar especial atención a las tradiciones y creencias populares sobre las criaturas en estudio. “Aunque suelen estar cubiertas de elementos fantásticos e inverosímiles, las leyendas populares pueden contener alguna parte de verdad que pudiera ayudar a guiar la investigación de los informes sobre animales inusuales”, afirmó.

Como mencionábamos, el okapi, que por años fue conocido sólo por los relatos recopilados de los pigmeos congoleños, es usado como emblema de la Sociedad Internacional de Criptozoología, al que toman como todo un símbolo de especies que existieron antes en la tradición popular que en la literatura científica.

Actualmente, la criptozoología está en auge. Hay muchas páginas en la web de aficionados a los misterios y seguidores de esta disciplina, y numerosas empresas privadas y organismos públicos promocionan y apoyan económicamente a los criptozoólogos como un medio para vender sus productos o atraer turistas.


Discusiones científicas, y no tanto

La gran mayoría de los científicos critican a la criptozoología, a la que consideran una pseudociencia. Veamos algunos de sus argumentos, y la defensa de sus cultores.

Se alega que a veces los criptozoólogos modifican radicalmente las características de seres mitológicos o legendarios para hacerlas cuadrar con los rasgos de animales extintos y así darles verosimilitud, como en el caso del mapinguarí: los nativos de las selvas de Brasil y Bolivia lo describen como un monstruo humanoide horripilante que da fuertes gritos, tiene los pies vueltos del revés y posee una boca hedionda en el abdomen. Para los criptozoólogos, sin embargo, es un tímido y asustadizo megaterio.

También se recuerda que los criptozoólogos nunca han descubierto realmente un solo críptido ni hallado pruebas científicamente convincentes de su existencia, mientras que los zoólogos encuentran cada año cientos de especies nuevas, y que por ello, la criptozoología pretende hacer suyos ciertos descubrimientos de la zoología, y darles las características de un críptido.

Según los criptozoólogos, esa afirmación denota, o bien un absoluto desconocimiento de la historia de la zoología, o bien simple mala fe. Según ellos el problema de fondo radica en que la criptozoología, por su propia definición, es la única disciplina cuyos éxitos disminuyen su campo de aplicación: toda nueva especie descripta sale automáticamente de la criptozoología para entrar en la zoología. Un caso que se suele citar como descubrimiento de un críptido es el del kraken, que según ellos corresponde a los calamares gigantes. Pero las dimensiones y los hábitos alimenticios distan mucho de permitirles a dichos habitantes marinos poder envolver un barco y mucho menos comerse a los marineros.

Otra crítica. Cuando se aplica el método científico en una investigación, se debe estar dispuesto a descartar una hipótesis cuando no se cumplen las predicciones. Los criptozoólogos, por el contrario, mantienen sus creencias indefinidamente, sin que los resultados negativos les afecten.

La falta de evidencias a la hora de encontrarlos se justifica con explicaciones tales como “es un animal tímido”, “se esconde en áreas poco exploradas” o “su población es muy escasa”. Igualmente, de forma equivocada, hay “críptidos” originados en el folklore a los que se les asignan nombres zoológicos, violando las normas de la nomenclatura zoológica, se les describe y se les identifica con animales fósiles, etc; todo ello sin pruebas sólidas de su existencia.

Producto de lo mencionado anteriormente, en numerosas ocasiones, sucede que varios de los criptozoólogos no aceptan los argumentos científicos que van en contra de muchas de las presuntas pruebas que tendrían. Ejemplo de ello es lo que sucede con las supuestas huellas del Yeti, las muestras de pelo del Orank pendek (un homínido de baja estatura que viviría en Sumatra), o los numerosos videos y fotografías de las criaturas lacustres, que han sido descartados como pruebas científicas.

Además una de las grandes dificultades con los que cuenta la criptozoología es que resulta imposible desde un punto de vista racional y científico el demostrar la existencia de ciertos animales singulares. La explicación es sencilla: aquellos que mantienen la existencia de seres folklóricos o mitológicos como el monstruo del Lago Ness o Pie Grande, olvidan que la existencia de un único individuo de una especie de forma indefinida en la naturaleza, es genética y naturalmente imposible. Es necesaria una población mínima de individuos de una especie para conseguir la reproducción y asegurar la necesaria diversidad genética que les haga subsistir en su medio. Así, al admitir la existencia de “Nessie” por ejemplo, se estaría admitiendo implícitamente la existencia no de un sólo individuo sino de una población genéticamente viable de estos supuestos seres.

A partir de la creencia de que existe un ser único que conforme en sí mismo una especie, como el Yeti, muchas sociedades criptozoológicas adhieren a su vez a las teorías del creacionismo y, por lo tanto, no aceptan las evidencias de extinción o cambios.


La búsqueda es el camino

Cazadores de animales inexistentes, buscadores de elíxires u objetos sagrados o legendarios, exégetas de historias que nunca sucedieron, denunciadores de conspiraciones que jamás se llevaron a cabo.

La historia de la humanidad, especialmente a partir del siglo XX, está plagada de personajes, agrupaciones y sociedades más o menos visibles, que han modelado hipótesis, teorías y hasta verdaderos compendios pseudo científicos, no ya para explicar algo que se les presenta inexplicable o difícil de entender, sino para lanzarse a la búsqueda de cosas que en muchos casos ellos mismos imaginaron y les dieron entidad.

Las nuevas tecnologías de la comunicación, la web y las redes sociales, son campo fértil para que los que antes estaban aislados se encuentren y se potencien, renovando así sus creencias.

En todos, el elemento central no es el saber, sino la búsqueda en sí misma, que actúa como un motor que da vida y razón de ser a su existencia.

No importa si es Pie Grande, el Santo Grial, extraterrestres camuflados como humanos o santos en el infierno. Lo esencial es que puedan ser descriptos, que haya alguna leyenda que los sustente y que, por encima de todo, se tenga la profunda certeza de que nunca se lo encontrará.

Porque el objetivo es la búsqueda, que purifica y da sentido a la vida.


Los críptidos más buscados

En la lista de críptidos se enumeran los hipotéticos animales actuales que estudia y busca la criptozoología que, según sus partidarios, estarían quedando fuera de los catálogos de zoología contemporánea. Su objetivo es la búsqueda de supuestos animales considerados extintos o desconocidos para la ciencia, pero presentes en la mitología y el folklore. Estos supuestos animales vivientes son denominados «críptidos».
Este es un listado de los críptidos más conocidos:
Lacustres: Monstruo del lago Champlain, Monstruo del lago Ness, Nahuelito, Ogopogo, Manipogo, Kelpie, Waitoreke, Tortuga gigante lacustre, Storsjoodjviet, Vasstrollet, Tessie, South Bay Bessie, Igopogo, Zigua, Champ, Monstruo del lago Tianchi, Mokèlé-mbèmbé, Na-Dene, Monstruo Goshi-Narotig
Marinos: Kraken, Serpiente marina, Medusa gigante, Morgawr, Cadborosaurus willsi, Leviatán.
Terrestres: Bestia de Gévaudan, Bestia negra de Exmoor, Bunyip, Aka Allghoi Khorhoi, Chupacabras, Mokele-Mbembe, Mapinguarí, Emela-ntouka, Roa-roa, Oso Nandi, Shunka Warakin, Elefante pigmeo, Nunda, Hogzilla, Tatzewurm, Olgoi-jorjoi, Omajinaakoos, Sapo gigante de San Vicente
Humanoides: Barmanu, Humanzee, Pombero, Madremonte o Arkabuko, Orang Pendek, Pie Grande, Jucumari, Mohán, Yeti, Wendigo, Chuchuna, Orang Pendek, Yowie, Hibagon, Almas, Neandertal, Nguoi Rung, Yeren, Bar-manu, Kaki-besar, Batutut, Kung-lu, Bhanjakri, Vele, Mono rei, Sisimite, Koolokamba, Ulak, Shiru, Vasitri, Dwendi, Didi, Agogwe, Nanauner, Kikomba, Muhalu, Basajaun.
Otros: Kongamato, Saetón, Piasa, Pájaro del trueno, Rods.


Criaturas pseudocriptozoológicas
También existe otro grupo de criaturas a las que popularmente aún se identifica como críptidos, pero que la mayoría de los criptozoólogos modernos descartan que pertenezcan a su área de estudio, debido a que no presentan todas las características necesarias para ser consideradas como críptidas, tales como el mantener relatos constantes de su presencia a través del tiempo.
Estas criaturas son consideradas más forteanas o apropiadas para su estudio por parte de la parapsicología.
Entre ellas se mencionan: Diablo de Jersey, Hombre polilla o Mothman, Mujer alada de Vietnam, Tigre alado de China, Bestia de Loveland, Kasai rex, Demonio de Dover, Reptil Humanoide.


Criaturas criptozoológicas falsasIgualmente en la criptozoología, con frecuencia existen falsificaciones de supuestas criaturas que en algún momento fueron consideradas como críptidos, pero después de un tiempo se descubrió su inexistencia. Ejemplos de ello son el Gnomo de Gerona, los Sirenos y el Monstruo de Ras El-Khaimah.

La isla Sandy

Luego de sobrevivir por 136 años en mapas de navegación, atlas geográficos y los más modernos sitios de internet, la isla Sandy, situada en el Mar de Coral, desapareció de la faz de la Tierra.


A mediados de 2013, un equipo de investigadores de la Universidad de Sidney (Australia), capitaneado por la geóloga María Seton, emprendió una expedición a bordo del buque científico Southern Surveyor, con el objetivo de recorrer, relevar, medir y describir la isla Sandy y otros sectores del Mar de Coral, en Oceanía.
La isla Sandy no fue explorada jamás, aunque figuraba, con distintas formas, en los mapas científicos, en cartas de navegación con más de 130 años de antigüedad, e incluso en el híper moderno Google Earth.
Con ubicación en las coordenadas 19º 13’ 01,06” de latitud Sur y 159º 55’ 41,44” de longitud Este, aparecía como un territorio de tamaño considerable, en el Mar de Coral, a medio camino entre Australia y Nueva Caledonia, cerca del banco de arrecifes Bellona.
No poca fue la sorpresa de los científicos, cuando el Southern Surveyor llegó a las mencionadas coordenadas, y en el lugar solo halló agua, mucha agua salada y el fondo oceánico conteniéndola más de mil metros abajo.
“Hasta los mapas meteorológicos que tenía el capitán a bordo mostraban una isla en esa ubicación, pero la isla sencillamente no estaba”, dijo la geóloga Seton, que ya llevaba 25 días de navegación y reconocimiento en la zona.
“Comenzamos a sospechar cuando las cartas de navegación utilizadas por la tripulación indicaban una profundidad de 1.400 metros en un área donde nuestros mapas científicos y Google Earth nos mostraban la existencia de una isla de gran tamaño”, explicó la profesional australiana, enumerando que Sandy aparece en las publicaciones científicas desde 2000, pero que no figura en los registros del gobierno francés, que supuestamente tenía jurisdicción sobre ella, ni en cartas de navegación elaboradas a partir de mediciones de profundidad.
En ese momento, ni ella ni sus colegas lograban entender cómo la isla llegó a los mapas, ya que el sonar no daba muestra alguna de que se hubiera sumergido, erosionada por las olas, o cualquier otra explicación mínimamente aceptable.
“De alguna manera este error se propagó por el mundo a partir de un banco de datos que se utiliza comúnmente en los mapas”, afirmó Seton.
Ya de regreso a Australia y con la información del “no hallazgo”, comenzó la segunda investigación, que fue la de rastrear el error.
El Servicio Hidrográfico de Australia, que produce las cartas náuticas de ese país, explicó inicialmente, ensayando un posible motivo, que algunos cartógrafos incluyen intencionalmente datos fantasma en sus creaciones para prevenir que infracciones a los derechos de autor, a lo que Seton replicó que esto nunca ha sucedido con las cartas de navegación, ya que eso afectaría la confianza en el cartógrafo en cuestión, y podría poner en riesgo a cualquier buque que navegara un área creyendo que está llegando a puerto o que no correrá riesgo con la profundidad.
El sitio Google Earth, por su parte, aclaró que ellos no tenían nada que ver, explicando que siempre consulta varias fuentes autorizadas para elaborar sus mapas, que luego se superponen con las imágenes satelitales. “El mundo cambia constantemente y mantenerse al tanto de estas transformaciones es una tarea de nunca acabar”, dijo un portavoz del servicio.
Por su parte, Steven Micklethwaite, de la Universidad de Australia Occidental, que también formaba parte de la expedición del Southern Surveyor, relató: “Mientras nos reíamos de Google y navegábamos por la supuesta isla, empezamos a recopilar datos sobre el lecho marino”.
Cabe indicar que los datos así recopilados, serán enviados a las autoridades pertinentes para que se actualice el mapa como corresponde.

Aparece el culpable
Días más tarde de que la noticia de la isla perdida recorriera los círculos científicos primero, y las agencias noticiosas de todo el mundo después, un investigador neocelandés informó que habían hallado el origen del error.
Shaun Higgins, investigador del Museo de Auckland, aseguró que el misterio de la que ya se empezaba a denominar “isla fantasma del Pacífico sur”, que aparecía en los grandes atlas del mundo aunque no estuviera en el lugar indicado, se debe a un error de los datos recopilados por un ballenero en 1876.
Higgins, intrigado por esta historia, se sumergió en los archivos cartográficos del Museo, y pudo reconstruir la historia. Así concluyó que Sandy Island (isla de arena, en su traducción literal) fue “mencionada por el ballenero Velocity, que operó en esa región en la segunda mitad del siglo XIX”.
“Lo que tenemos en realidad es un punto en el mapa, anotado en la época y desde entonces ha sido repetido y repetido, cambiando de forma y tamaño”, concluyó. El error nunca se corrigió, y aunque las imágenes satelitales más modernas no la mostraran, nadie quiso arriesgarse a dejar de marcarla.
Los arrecifes que hay a pocos kilómetros al oeste de la supuesta isla, tal vez hayan dado la sensación de que algo había por allí, y no era cuestión de arriesgar. Al fin y al cabo, es preferible que un barco esquive algo que no existe, a que choque con un promontorio de tierra que se suponía que no debía estar allí.
Y como no era cuestión de dejar pasar una oportunidad tan marcada del reconocimiento de un error científico, en pocos días el sitio Panoramio –que almacena fotos de internautas ligadas a locaciones de Google Earth– comenzó a llenarse de supuestas tomas fotográficas de viajeros que habían visitado la isla Sandy.

¿Los gringos son capaces de esto?

A un poco más de 100 kilómetros al noroeste de la Península de Yucatán, bajo jurisdicción de México, hay otro espacio vacío, el que debería ocupar la isla Bermeja, sobre la que se ha escrito mucho y se especula demasiado.
La importancia de la isla, si hubiera existido, sería destacable, ya que correría las fronteras mexicanas más al este del Golfo de México, una zona rica en petróleo.
Justamente eso fue lo que motivó que a partir de 1995, diversas expediciones se aventuraran al mar abierto con el fin de localizar a Bermeja, pero nunca fue hallada.
La cuestión de la misteriosa desaparición de la Isla Bermeja se convirtió en capital a finales del siglo XX, cuando el presidente mexicano Ernesto Zedillo negociaba con su homólogo estadounidense, Bill Clinton, un tratado sobre la delimitación de la plataforma continental.
México ya había hecho movimientos diplomáticos en la ONU para asegurarse con el control de la Hoya de la Dona. La punta de lanza de la postura mexicana era el islote Bermeja, pero cuando en 1997 arrancaron las negociaciones, resultó que ya no estaba donde todos los mapas la venían situando desde el siglo XVI.
Ante tan sorprendente extravío, el gobierno mexicano ordenó una misión militar que localizara la isla. Era mucho dinero y mucho territorio lo que estaba en juego. El buque de la Armada Onjuku viajó hasta la latitud indicada en los mapas para corroborar la existencia de la isla, pero su sonar no pudo encontrar huellas del supuesto isloteen un amplio radio cercano a las coordenadas señaladas.
Finalmente, Zedillo y Clinton firmaron el acuerdo el 28 de noviembre de 2000, quedando el área de interés y la enorme riqueza de sus fondos bajo control estadounidense. Algunas estimaciones calculan en más de 22.000 millones de barriles el petróleo que perdió México al verse privado de esa zona del Golfo que lleva su nombre.
El caso de la isla Bermeja alimentó toda clase de especulacines conspirativas. Muchos no entendían cómo un pedazo de tierra citado por primera vez en 1570 y mencionado en publicaciones oficiales de fecha tan tardía como 1946 se había evaporado súbitamente. Un grupo de senadores del opositor PAN exigió la apertura de una investigación oficial, mientras crecían las voces apuntando a teorías sorprendentes. Se decía que la CIA habría podido volar la isla e incluso se apuntaba a la connivencia de los negociadores del tratado por parte mexicana con los intereses de los Estados Unidos. Los legisladores que exigieron una investigación oficial al respecto señalaron que “existen sospechas sobradas de que la inmersión fue provocada por la influencia del hombre”, y algunos aventuraron el uso de una bomba de hidrógeno para borarla del Golfo.
Diversos medios se preguntaban por entonces si eran los “gringos” capaces de haber hundido la isla para quedarse con el petróleo.
El asunto terminó siendo objeto de una investigación parlamentaria, cuyos responsables encargaron un informe a la UNAM. En 2009, el buque universitario Justo Sierra repitió la travesía del Onjuku para terminar llegando a las mismas conclusiones. En ese lugar no existe ninguna isla ni vestigios de que haya existido nunca. Las misiones que han visitado el lugar y han sondeado el fondo marino lo describen como una planicie, por lo que puede descartarse que en esas latitudes hubiera ninguna isla antes. La explicación científica oficial, la que hizo suya el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), es la de que la Isla Bermeja nunca existió o fue confundida con otra.

sábado, 4 de mayo de 2019

Plesiosaurio: hecho en la Patagonia

A principios del siglo XX, el auge de las exploraciones de la centuria anterior llevó a muchos aventureros a largarse a recorrer zonas desconocidas, sin preparación científica y con más ansias de fama que de conocimientos. Así se hicieron eco de leyendas que luego transformaron en realidades. Ese fue el comienzo del mito de un plesiosaurio vivo que mora en un lago de Escocia, en el Nahuel Huapi y que, por unos años, también vivió en Santa Cruz y Chubut.





Sobre la región del lago Tar flotaba un halo misterioso, desde épocas anteriores a la colonización de la amplia zona cordillerana que forman los lagos santacruceños. Se sabe que los indígenas incursionaban por su vecindad de mala gana y no lo ocultaban. Decían que no les agradaba cazar por los campos aledaños de aquel embalse, porque en sus aguas vivían animales monstruosos".

Así describía el historiador Llarás Samitier -en la revista Argentina Austral, hace más de medio siglo- la información que circulaba sobre los mitos de animales fantásticos en los lagos australes. Y continuaba: "Los confusas noticias se referían a un animal muy grande y los indios lugareños lo comparaban con un caballo barrigón y gigante provisto de un largo cuello sin crines, que salía a pastar por las herbosas orillas en las noches de luna".

Relatos similares hablan de bestias similares en lagos parecidos, siempre vistos por una o dos personas solas, siempre rodeados de niebla, con apariciones entre la puesta del sol y el amanecer.

Algunos son famosos y han merecido artículos hasta en revistas científicas, como el legendario Nessie, que habita el lago Lochness, en Escocia, o su pariente latino Nahuelito, oriundo de las estudiantiles aguas del Nahuel Huapi, en Bariloche. También se supo de un animal de características semejantes que habría morado en el lago Epuyén, en el noroeste de Chubut. Leyendas de nativos de la zona, de más de dos siglos avalan las descripciones.

Todos ellos responden a las características de un plesiosaurio, miembro de un grupo de reptiles marinos carnívoros que vivieron a partir del periodo triásico medio, hace unos 230 millones de años, hasta finales del cretácico, hace unos 65 millones de años.

Se han encontrado fósiles de estos animales en América del Norte, Europa y Australia. Algunos ejemplares medían más de 12 metros.

Para muchos de los personajes que veremos en estas líneas, lo de la extinción no es un dato a tener en cuenta...


Cazador cazado

Llarás Samitier transcribió el desopilante relato de un aborigen de la zona norte de Santa Cruz, sobre un hecho ocurrido en 1913 (los entrecomillados son transcripciones del artículo del historiador):

El capataz de una estancia cercana al lago Tar, encargó a dos peones correntinos y a un indio baquiano y rastreador (el testigo), la búsqueda de una tropilla extraviada. Siguiendo los rastros, llegaron a las vegas del Tar un ventoso y frío atardecer. Como el clima empeoraba, los tres buscaron refugio para pernoctar al reparo de los matorrales, a unos 100 metros de la costa.

Antes del alba, un extraño ruido los despertó: "pese al silbido del viento oían nítidamente como si uno o varios animales anduvieran chapaleando en el fango de la orilla. La luna brillaba en el cielo, de modo que poco tardaron en divisar dos sombras gigantescas que pasaron frente a ellos, y observaron que a medida que caminaban se entretenían ramoneando en el pastizal, alzando y girando recelosos sus largos cuellos (...) A veces los monstruos alzaban simultáneamente sus cabezas y alargaban el cuello, como para captar algún ruido extraño, y luego seguían pastoreando tranquilamente".

Uno de los correntines, de nombre Florencio Almada, quiso acercarse a la orilla del lago para verlos mejor, pero sus compañeros se lo impidieron. El indígena dijo que eran los famosos caballos gigantes del Tar.

Almada no quedó satisfecho, y al amanecer, cuando ya los ruidos habían cesado, fue a buscar rastros en la orilla, y observo bien marcadas en el fango, las pisadas de los animales, que luego describió como de yacarés gigantes. El peón había cazado saurios en su Corrientes natal, sacándolos de los juncales a lazo, y ahora pretendía la ayuda de sus amigos para hacer lo mismo.

Cuando regresaron a la estancia, Almada comenzó a mostrar lo obsesionado que había quedado con el tema, lo que provocó más de un principio de refriega, por la incredulidad del resto de la peonada, lo que se agravaba con el silencio de sus compañeros, que no querían pasar por fabuladores. Ante la situación, cada vez más tensa, el capataz de la estancia le dio permiso a su empleado para que saliera solo a buscar a sus monstruos.

Almada se fue en su caballo "provisto de un par de lazos, boleadoras, cuchillo y revólver (...) Antes de partir, amenazó a sus compañeros: si no podía traer vivo al monstruo, se daría el gusto de invitarlos a comer un costillar de cocodrilo gigante asado a los que se burlaban de el".

Dos días después de la partida de Almada y sin ningún tipo de noticias, el capataz mostró su preocupación y decidió marchar a buscarlo junto con el indio y otro hombre, y de paso comprobar la veracidad del relato.

"Al llegar no encontraron ni una medallita de la virgen de Itatí. Anocheció sin noticias. Antes del amanecer encendieron una fogata para dar posición al extraviado. Nada. Con las primeras luces del alba divisaron caranchos revoloteando en la orilla del lago. Al acercarse vieron que el caballo de Almada flotaba en el agua. El animal parecía haber sido arrastrado más de 100 metros en el barro. En la cincha encontraron un pedazo de lazo. Pero de Almada, ni una miserable alpargata marca Luna". También encontraron el revólver con las seis balas servidas, dando muestras de que había hecho los disparos antes de usar el lazo.



El viejo truco del plesiosaurio

A principios de la década de 1920, el célebre naturalista, viajero y periodista Clemente Onelli -por entonces director del zoológico porteño- comenzó a recoger comentarios callejeros y datos sobre la existencia de un plesiosaurio en los lagos patagónicos, avalados por una carta enviada por un poblador de la actual zona de El Bolsón, que describía el hallazgo del siempre escurridizo plesiosaurio, en el lago Epuyén, cercano a su morada.

El autor de la misiva, Martín Sheffield, era un pintoresco gaucho de origen estadounidense, que vivía a orillas del río Futaleufú, en Chubut, junto a una nativa tehuelche y una numerosa prole. Oriundo de Texas -de donde aparentemente debió escapar por alguna cuestión con la ley- era muy hábil con el lazo y el revólver, y afecto a hablar de sus encuentros con el monstruo prehistórico cuando el licor hacía efecto en las veladas que solía pasar en boliches de campo.

Onelli, ansioso por tener datos y descripciones certeras de la aún inexplorada zona austral, colectó dinero entre los porteños para armar una expedición al sur, al mando de su empleado en el zoológico, Emilio Frey, y compuesta por un embalsamador, un cronista del diario La Nación, otro de Caras y Caretas, y varios porteadores y baquianos. Entre sus enseres, llevaban lanchas y canoas para recorrer el espejo de agua.

La noticia de la expedición se propagó por toda Buenos Aires y su director, Emilio Frey, se tornó en un hombre famoso, como lo narró él mismo en sus memorias, recopiladas por el periodista Carlos Bertomeu: "de todas partes me llovían cartas y obsequios, entre los que había las cosas más notables, como la letra del tango «El Plesiosaurio», una caja de cigarrillos con esa marca y lapiceras hechas por los presos con la efigie del presunto monstruo".

Onelli le dio instrucciones precisas a Frey, que hizo públicas en los medios de la época: "(e manifesté mis preferencias por un animal joven para ser fácilmente aclimatable y más fácil el transporte, pero si es imposible la captura viviente, no dude en sacrificar uno". Por supuesto, el hábil naturalista ya había vendido derechos sobre el ejemplar a conseguir a distintos zoológicos y museos del mundo, para así financiar la expedición.

En 1922, la variopinta caravana motorizada partió rumbo al lago Epuyén, donde debía encontrarse con el yanqui Martín Sheffield, quien había percibido de Onelli un adelanto de 2.500 pesos para construir una cerca alrededor del lago y evitar la fuga del misterioso animal.

Como no era cuestión de ser improvisados, al llegar se organizaron con un sistema de guardias, con la consigna de efectuar un disparo al aire si veían o escuchaban movimientos extraños. La primer noche, le tocó el turno al embalsamador. Y resultó que al pobre hombre se le quebró la rama donde estaba sentado y cayó al lago. Testigo del accidente, Frey hizo un disparo para que vinieran a ayudarlo y se produjo el desbande, y así la expedición comenzó a naufragar en el ridículo desde el primer día.

Continuaron con su infructuosa búsqueda, que incluyó un minucioso sembrado de dinamita a lo largo y ancho del pequeño lago, sin que emergiera una miserable trucha.

Es que el famoso Epuyén era en realidad una laguna de no más de 300 metros de diámetro y cinco de profundidad, que apenas habría podido albergar a un monstruo que, por lo bajo medía más de 10 metros.

En el medio de los tiros, corridas y explosiones, Sheffield había desaparecido, con sus 2.500 pesos en el bolsillo. Frey cambió el cometido de la expedición, y se dedicó a seguir el rastro más visible del picaro norteamericano, pero al llegar a las orillas del río Futaleufú, se encontró con que el gaucho, su mujer tehuelche, sus hijos y pertenencias habían desaparecido (tiempo después, en 1934, se lo halló muerto a orillas del arroyo Las Minas, en Río Negro; tal vez lo sorprendió la parca al acecho de otro monstruo para comerciar).

La expedición regresó sin Sheffíeld, sin el dinero y, lo más triste, sin ni siquiera una pezuña del famoso ejemplar.

Años más tarde, el propio Onelli confesaría sus verdaderos motivos para armar la búsqueda: "esa expedición, además de sus fines científicos, tenía un amplio programa de reconocimiento de las riquezas de esa región y su explotación para el progreso de esa zona, para evitarnos, con el tiempo una sangría de más de 100 millones de pesos oro por año que se van al extranjero, en busca de materias primas que la naturaleza ha prodigado en esa zona".


Monstruos sagrados

En Santa Cruz y Chubut cesó pronto la búsqueda del plesiosaurio, pero no así en el lago Nahuel Huapi -donde en 2006 un turista volvió a hacer circular sus fotos, siempre borrosas, por los medios nacionales-, y mucho menos en el lago escocés Lochness, que sigue recibiendo expediciones científicas munidas de ingentes sumas de dinero y una caradurez a toda prueba.

Lo cierto es que en Santa Cruz tuvimos un monstruo prehistórico vivo a comienzos del siglo XX que había desaparecido hace 65 millones de años; que era carnívoro pero comía pasto; que era marino pero vivía en lagos; que medía más de 10 metros y se ocultaba en charcos de agua de menos de la mitad de tamaño. Le dedicaron un tango y cada tanto sigue posando para la foto. En resumen, un típico habitante de esta querida Patagonia.


Investigación: Carlos Besoaín, para revista Ventana Abierta (1993)


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Nahuelito, en la meca de los egresados

Fuente: www.patagonia-argentina.com

Suena a relato marquetinero, pero la reiteración de los comentarios a favor de la existencia de esta versión doméstica del monstruo del Lochness, la considerable cantidad de expediciones consagradas a encontrarlo, y el hecho de que el 50% de los habitantes de Bariloche crea en Nahuelito (según una encuesta), obliga a tratar el tema con seriedad.

Es claro, pese a las enérgicas afirmaciones de la existencia de Nahuelito, que el caso presenta todos los signos de una leyenda, y como tal, responde a diversas hipótesis, algunas tan descabelladas como el autor de esta nota:

• Es un dinosaurio: es la más popular. Su origen se remontaría a tiempos prehistóricos, y seria una variante del plesiosaurio. Esta hipótesis, aparentemente sensata, no resiste el hecho comprobado de que los lagos en los que moraría el mítico animal se formaron en una etapa geológica posterior a la extinción de la especie señalada.

• Es una mutación: Nahuelito es el resultado inesperado de una mutación genética producida a partir de experimentos nucleares realizados en la década del 1950 en la isla Huemul (la CNEA no ha emitido opinión al respecto).

• Es un submarino: se trataría una pequeña nave submarina de origen desconocido perseguida en la década de 1960 por la Armada Argentina. Nadie explica cómo llegó al lago y de qué viven sus tripulantes.
Otras hipótesis explican que lo que ojos torpes o fantasiosos no tuvieron la menor vacilación en señalar como Nahuelito, en realidad son troncos a la deriva, materia orgánica acumulada en estado de putrefacción, burbujas de gas que agitan la superficie o hasta rebaños de ovejas que cruzan el lago a nado por su parte más baja en busca de mejores pasturas.
Las teorías que abonan la existencia de Nahuelito, evidentemente, continúan bajo el velo de la ambigüedad. Jamás han sido científicamente demostradas y probablemente no lo vayan a ser, pero es curioso que la gran mayoría de los relatos coinciden en describirlo como un animal de aproximadamente 10 a 15 metros, dos jorobas, piel tipo cuero y, en ocasiones, un cuello en forma de cisne. Resulta llamativo que esta caracterización se asemeje a las descripciones que hicieron los mapuches doscientos años antes.
El legado de las leyendas aborígenes acerca de un animal acuático (los mapuches lo llamaban "cuero") retozando en las aguas del Nahuel Huapi fue recuperado a comienzos del siglo XX. En 1910, George Garret se desempeñaba como gerente en una compañía que navegaba por el lago Nahuel Huapi. Un día de aquel año avistó un animal que, de acuerdo a su testimonio, "parecía tener entre 15 ó 20 pies de diámetro, sobresalía quizás 6 pies por encima del agua y estuvo 15 minutos a la vista". Esta experiencia recién salió a la luz pública en 1922 en un artículo publicado por el periódico Toronto Globe. En aquella época, las historias acerca de la existencia de monstruos acuáticos estaban en boga a partir de la gran consideración mediática que tenía Nessie, la bestia del lago Ness.
Luego de la experiencia de Onelli, las expediciones para capturar a Nahuelito no cesaron, a pesar de las permanentes quejas de las asociaciones protectoras de animales que se oponían a las incursiones de grupos de caza en las costas del Nahuel Huapi.
Que estas empresas de búsqueda nunca hayan obtenido resultados positivos, no significa que las creencias que avalan la existencia de Nahuelito hayan caducado. Éstas se basan en los avistamientos de muchas personas y en documentos fotográficos no concluyentes.
El misterio sigue en pie.