martes, 7 de mayo de 2019

La isla Sandy

Luego de sobrevivir por 136 años en mapas de navegación, atlas geográficos y los más modernos sitios de internet, la isla Sandy, situada en el Mar de Coral, desapareció de la faz de la Tierra.


A mediados de 2013, un equipo de investigadores de la Universidad de Sidney (Australia), capitaneado por la geóloga María Seton, emprendió una expedición a bordo del buque científico Southern Surveyor, con el objetivo de recorrer, relevar, medir y describir la isla Sandy y otros sectores del Mar de Coral, en Oceanía.
La isla Sandy no fue explorada jamás, aunque figuraba, con distintas formas, en los mapas científicos, en cartas de navegación con más de 130 años de antigüedad, e incluso en el híper moderno Google Earth.
Con ubicación en las coordenadas 19º 13’ 01,06” de latitud Sur y 159º 55’ 41,44” de longitud Este, aparecía como un territorio de tamaño considerable, en el Mar de Coral, a medio camino entre Australia y Nueva Caledonia, cerca del banco de arrecifes Bellona.
No poca fue la sorpresa de los científicos, cuando el Southern Surveyor llegó a las mencionadas coordenadas, y en el lugar solo halló agua, mucha agua salada y el fondo oceánico conteniéndola más de mil metros abajo.
“Hasta los mapas meteorológicos que tenía el capitán a bordo mostraban una isla en esa ubicación, pero la isla sencillamente no estaba”, dijo la geóloga Seton, que ya llevaba 25 días de navegación y reconocimiento en la zona.
“Comenzamos a sospechar cuando las cartas de navegación utilizadas por la tripulación indicaban una profundidad de 1.400 metros en un área donde nuestros mapas científicos y Google Earth nos mostraban la existencia de una isla de gran tamaño”, explicó la profesional australiana, enumerando que Sandy aparece en las publicaciones científicas desde 2000, pero que no figura en los registros del gobierno francés, que supuestamente tenía jurisdicción sobre ella, ni en cartas de navegación elaboradas a partir de mediciones de profundidad.
En ese momento, ni ella ni sus colegas lograban entender cómo la isla llegó a los mapas, ya que el sonar no daba muestra alguna de que se hubiera sumergido, erosionada por las olas, o cualquier otra explicación mínimamente aceptable.
“De alguna manera este error se propagó por el mundo a partir de un banco de datos que se utiliza comúnmente en los mapas”, afirmó Seton.
Ya de regreso a Australia y con la información del “no hallazgo”, comenzó la segunda investigación, que fue la de rastrear el error.
El Servicio Hidrográfico de Australia, que produce las cartas náuticas de ese país, explicó inicialmente, ensayando un posible motivo, que algunos cartógrafos incluyen intencionalmente datos fantasma en sus creaciones para prevenir que infracciones a los derechos de autor, a lo que Seton replicó que esto nunca ha sucedido con las cartas de navegación, ya que eso afectaría la confianza en el cartógrafo en cuestión, y podría poner en riesgo a cualquier buque que navegara un área creyendo que está llegando a puerto o que no correrá riesgo con la profundidad.
El sitio Google Earth, por su parte, aclaró que ellos no tenían nada que ver, explicando que siempre consulta varias fuentes autorizadas para elaborar sus mapas, que luego se superponen con las imágenes satelitales. “El mundo cambia constantemente y mantenerse al tanto de estas transformaciones es una tarea de nunca acabar”, dijo un portavoz del servicio.
Por su parte, Steven Micklethwaite, de la Universidad de Australia Occidental, que también formaba parte de la expedición del Southern Surveyor, relató: “Mientras nos reíamos de Google y navegábamos por la supuesta isla, empezamos a recopilar datos sobre el lecho marino”.
Cabe indicar que los datos así recopilados, serán enviados a las autoridades pertinentes para que se actualice el mapa como corresponde.

Aparece el culpable
Días más tarde de que la noticia de la isla perdida recorriera los círculos científicos primero, y las agencias noticiosas de todo el mundo después, un investigador neocelandés informó que habían hallado el origen del error.
Shaun Higgins, investigador del Museo de Auckland, aseguró que el misterio de la que ya se empezaba a denominar “isla fantasma del Pacífico sur”, que aparecía en los grandes atlas del mundo aunque no estuviera en el lugar indicado, se debe a un error de los datos recopilados por un ballenero en 1876.
Higgins, intrigado por esta historia, se sumergió en los archivos cartográficos del Museo, y pudo reconstruir la historia. Así concluyó que Sandy Island (isla de arena, en su traducción literal) fue “mencionada por el ballenero Velocity, que operó en esa región en la segunda mitad del siglo XIX”.
“Lo que tenemos en realidad es un punto en el mapa, anotado en la época y desde entonces ha sido repetido y repetido, cambiando de forma y tamaño”, concluyó. El error nunca se corrigió, y aunque las imágenes satelitales más modernas no la mostraran, nadie quiso arriesgarse a dejar de marcarla.
Los arrecifes que hay a pocos kilómetros al oeste de la supuesta isla, tal vez hayan dado la sensación de que algo había por allí, y no era cuestión de arriesgar. Al fin y al cabo, es preferible que un barco esquive algo que no existe, a que choque con un promontorio de tierra que se suponía que no debía estar allí.
Y como no era cuestión de dejar pasar una oportunidad tan marcada del reconocimiento de un error científico, en pocos días el sitio Panoramio –que almacena fotos de internautas ligadas a locaciones de Google Earth– comenzó a llenarse de supuestas tomas fotográficas de viajeros que habían visitado la isla Sandy.

¿Los gringos son capaces de esto?

A un poco más de 100 kilómetros al noroeste de la Península de Yucatán, bajo jurisdicción de México, hay otro espacio vacío, el que debería ocupar la isla Bermeja, sobre la que se ha escrito mucho y se especula demasiado.
La importancia de la isla, si hubiera existido, sería destacable, ya que correría las fronteras mexicanas más al este del Golfo de México, una zona rica en petróleo.
Justamente eso fue lo que motivó que a partir de 1995, diversas expediciones se aventuraran al mar abierto con el fin de localizar a Bermeja, pero nunca fue hallada.
La cuestión de la misteriosa desaparición de la Isla Bermeja se convirtió en capital a finales del siglo XX, cuando el presidente mexicano Ernesto Zedillo negociaba con su homólogo estadounidense, Bill Clinton, un tratado sobre la delimitación de la plataforma continental.
México ya había hecho movimientos diplomáticos en la ONU para asegurarse con el control de la Hoya de la Dona. La punta de lanza de la postura mexicana era el islote Bermeja, pero cuando en 1997 arrancaron las negociaciones, resultó que ya no estaba donde todos los mapas la venían situando desde el siglo XVI.
Ante tan sorprendente extravío, el gobierno mexicano ordenó una misión militar que localizara la isla. Era mucho dinero y mucho territorio lo que estaba en juego. El buque de la Armada Onjuku viajó hasta la latitud indicada en los mapas para corroborar la existencia de la isla, pero su sonar no pudo encontrar huellas del supuesto isloteen un amplio radio cercano a las coordenadas señaladas.
Finalmente, Zedillo y Clinton firmaron el acuerdo el 28 de noviembre de 2000, quedando el área de interés y la enorme riqueza de sus fondos bajo control estadounidense. Algunas estimaciones calculan en más de 22.000 millones de barriles el petróleo que perdió México al verse privado de esa zona del Golfo que lleva su nombre.
El caso de la isla Bermeja alimentó toda clase de especulacines conspirativas. Muchos no entendían cómo un pedazo de tierra citado por primera vez en 1570 y mencionado en publicaciones oficiales de fecha tan tardía como 1946 se había evaporado súbitamente. Un grupo de senadores del opositor PAN exigió la apertura de una investigación oficial, mientras crecían las voces apuntando a teorías sorprendentes. Se decía que la CIA habría podido volar la isla e incluso se apuntaba a la connivencia de los negociadores del tratado por parte mexicana con los intereses de los Estados Unidos. Los legisladores que exigieron una investigación oficial al respecto señalaron que “existen sospechas sobradas de que la inmersión fue provocada por la influencia del hombre”, y algunos aventuraron el uso de una bomba de hidrógeno para borarla del Golfo.
Diversos medios se preguntaban por entonces si eran los “gringos” capaces de haber hundido la isla para quedarse con el petróleo.
El asunto terminó siendo objeto de una investigación parlamentaria, cuyos responsables encargaron un informe a la UNAM. En 2009, el buque universitario Justo Sierra repitió la travesía del Onjuku para terminar llegando a las mismas conclusiones. En ese lugar no existe ninguna isla ni vestigios de que haya existido nunca. Las misiones que han visitado el lugar y han sondeado el fondo marino lo describen como una planicie, por lo que puede descartarse que en esas latitudes hubiera ninguna isla antes. La explicación científica oficial, la que hizo suya el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), es la de que la Isla Bermeja nunca existió o fue confundida con otra.

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