sábado, 4 de mayo de 2019

Plesiosaurio: hecho en la Patagonia

A principios del siglo XX, el auge de las exploraciones de la centuria anterior llevó a muchos aventureros a largarse a recorrer zonas desconocidas, sin preparación científica y con más ansias de fama que de conocimientos. Así se hicieron eco de leyendas que luego transformaron en realidades. Ese fue el comienzo del mito de un plesiosaurio vivo que mora en un lago de Escocia, en el Nahuel Huapi y que, por unos años, también vivió en Santa Cruz y Chubut.





Sobre la región del lago Tar flotaba un halo misterioso, desde épocas anteriores a la colonización de la amplia zona cordillerana que forman los lagos santacruceños. Se sabe que los indígenas incursionaban por su vecindad de mala gana y no lo ocultaban. Decían que no les agradaba cazar por los campos aledaños de aquel embalse, porque en sus aguas vivían animales monstruosos".

Así describía el historiador Llarás Samitier -en la revista Argentina Austral, hace más de medio siglo- la información que circulaba sobre los mitos de animales fantásticos en los lagos australes. Y continuaba: "Los confusas noticias se referían a un animal muy grande y los indios lugareños lo comparaban con un caballo barrigón y gigante provisto de un largo cuello sin crines, que salía a pastar por las herbosas orillas en las noches de luna".

Relatos similares hablan de bestias similares en lagos parecidos, siempre vistos por una o dos personas solas, siempre rodeados de niebla, con apariciones entre la puesta del sol y el amanecer.

Algunos son famosos y han merecido artículos hasta en revistas científicas, como el legendario Nessie, que habita el lago Lochness, en Escocia, o su pariente latino Nahuelito, oriundo de las estudiantiles aguas del Nahuel Huapi, en Bariloche. También se supo de un animal de características semejantes que habría morado en el lago Epuyén, en el noroeste de Chubut. Leyendas de nativos de la zona, de más de dos siglos avalan las descripciones.

Todos ellos responden a las características de un plesiosaurio, miembro de un grupo de reptiles marinos carnívoros que vivieron a partir del periodo triásico medio, hace unos 230 millones de años, hasta finales del cretácico, hace unos 65 millones de años.

Se han encontrado fósiles de estos animales en América del Norte, Europa y Australia. Algunos ejemplares medían más de 12 metros.

Para muchos de los personajes que veremos en estas líneas, lo de la extinción no es un dato a tener en cuenta...


Cazador cazado

Llarás Samitier transcribió el desopilante relato de un aborigen de la zona norte de Santa Cruz, sobre un hecho ocurrido en 1913 (los entrecomillados son transcripciones del artículo del historiador):

El capataz de una estancia cercana al lago Tar, encargó a dos peones correntinos y a un indio baquiano y rastreador (el testigo), la búsqueda de una tropilla extraviada. Siguiendo los rastros, llegaron a las vegas del Tar un ventoso y frío atardecer. Como el clima empeoraba, los tres buscaron refugio para pernoctar al reparo de los matorrales, a unos 100 metros de la costa.

Antes del alba, un extraño ruido los despertó: "pese al silbido del viento oían nítidamente como si uno o varios animales anduvieran chapaleando en el fango de la orilla. La luna brillaba en el cielo, de modo que poco tardaron en divisar dos sombras gigantescas que pasaron frente a ellos, y observaron que a medida que caminaban se entretenían ramoneando en el pastizal, alzando y girando recelosos sus largos cuellos (...) A veces los monstruos alzaban simultáneamente sus cabezas y alargaban el cuello, como para captar algún ruido extraño, y luego seguían pastoreando tranquilamente".

Uno de los correntines, de nombre Florencio Almada, quiso acercarse a la orilla del lago para verlos mejor, pero sus compañeros se lo impidieron. El indígena dijo que eran los famosos caballos gigantes del Tar.

Almada no quedó satisfecho, y al amanecer, cuando ya los ruidos habían cesado, fue a buscar rastros en la orilla, y observo bien marcadas en el fango, las pisadas de los animales, que luego describió como de yacarés gigantes. El peón había cazado saurios en su Corrientes natal, sacándolos de los juncales a lazo, y ahora pretendía la ayuda de sus amigos para hacer lo mismo.

Cuando regresaron a la estancia, Almada comenzó a mostrar lo obsesionado que había quedado con el tema, lo que provocó más de un principio de refriega, por la incredulidad del resto de la peonada, lo que se agravaba con el silencio de sus compañeros, que no querían pasar por fabuladores. Ante la situación, cada vez más tensa, el capataz de la estancia le dio permiso a su empleado para que saliera solo a buscar a sus monstruos.

Almada se fue en su caballo "provisto de un par de lazos, boleadoras, cuchillo y revólver (...) Antes de partir, amenazó a sus compañeros: si no podía traer vivo al monstruo, se daría el gusto de invitarlos a comer un costillar de cocodrilo gigante asado a los que se burlaban de el".

Dos días después de la partida de Almada y sin ningún tipo de noticias, el capataz mostró su preocupación y decidió marchar a buscarlo junto con el indio y otro hombre, y de paso comprobar la veracidad del relato.

"Al llegar no encontraron ni una medallita de la virgen de Itatí. Anocheció sin noticias. Antes del amanecer encendieron una fogata para dar posición al extraviado. Nada. Con las primeras luces del alba divisaron caranchos revoloteando en la orilla del lago. Al acercarse vieron que el caballo de Almada flotaba en el agua. El animal parecía haber sido arrastrado más de 100 metros en el barro. En la cincha encontraron un pedazo de lazo. Pero de Almada, ni una miserable alpargata marca Luna". También encontraron el revólver con las seis balas servidas, dando muestras de que había hecho los disparos antes de usar el lazo.



El viejo truco del plesiosaurio

A principios de la década de 1920, el célebre naturalista, viajero y periodista Clemente Onelli -por entonces director del zoológico porteño- comenzó a recoger comentarios callejeros y datos sobre la existencia de un plesiosaurio en los lagos patagónicos, avalados por una carta enviada por un poblador de la actual zona de El Bolsón, que describía el hallazgo del siempre escurridizo plesiosaurio, en el lago Epuyén, cercano a su morada.

El autor de la misiva, Martín Sheffield, era un pintoresco gaucho de origen estadounidense, que vivía a orillas del río Futaleufú, en Chubut, junto a una nativa tehuelche y una numerosa prole. Oriundo de Texas -de donde aparentemente debió escapar por alguna cuestión con la ley- era muy hábil con el lazo y el revólver, y afecto a hablar de sus encuentros con el monstruo prehistórico cuando el licor hacía efecto en las veladas que solía pasar en boliches de campo.

Onelli, ansioso por tener datos y descripciones certeras de la aún inexplorada zona austral, colectó dinero entre los porteños para armar una expedición al sur, al mando de su empleado en el zoológico, Emilio Frey, y compuesta por un embalsamador, un cronista del diario La Nación, otro de Caras y Caretas, y varios porteadores y baquianos. Entre sus enseres, llevaban lanchas y canoas para recorrer el espejo de agua.

La noticia de la expedición se propagó por toda Buenos Aires y su director, Emilio Frey, se tornó en un hombre famoso, como lo narró él mismo en sus memorias, recopiladas por el periodista Carlos Bertomeu: "de todas partes me llovían cartas y obsequios, entre los que había las cosas más notables, como la letra del tango «El Plesiosaurio», una caja de cigarrillos con esa marca y lapiceras hechas por los presos con la efigie del presunto monstruo".

Onelli le dio instrucciones precisas a Frey, que hizo públicas en los medios de la época: "(e manifesté mis preferencias por un animal joven para ser fácilmente aclimatable y más fácil el transporte, pero si es imposible la captura viviente, no dude en sacrificar uno". Por supuesto, el hábil naturalista ya había vendido derechos sobre el ejemplar a conseguir a distintos zoológicos y museos del mundo, para así financiar la expedición.

En 1922, la variopinta caravana motorizada partió rumbo al lago Epuyén, donde debía encontrarse con el yanqui Martín Sheffield, quien había percibido de Onelli un adelanto de 2.500 pesos para construir una cerca alrededor del lago y evitar la fuga del misterioso animal.

Como no era cuestión de ser improvisados, al llegar se organizaron con un sistema de guardias, con la consigna de efectuar un disparo al aire si veían o escuchaban movimientos extraños. La primer noche, le tocó el turno al embalsamador. Y resultó que al pobre hombre se le quebró la rama donde estaba sentado y cayó al lago. Testigo del accidente, Frey hizo un disparo para que vinieran a ayudarlo y se produjo el desbande, y así la expedición comenzó a naufragar en el ridículo desde el primer día.

Continuaron con su infructuosa búsqueda, que incluyó un minucioso sembrado de dinamita a lo largo y ancho del pequeño lago, sin que emergiera una miserable trucha.

Es que el famoso Epuyén era en realidad una laguna de no más de 300 metros de diámetro y cinco de profundidad, que apenas habría podido albergar a un monstruo que, por lo bajo medía más de 10 metros.

En el medio de los tiros, corridas y explosiones, Sheffield había desaparecido, con sus 2.500 pesos en el bolsillo. Frey cambió el cometido de la expedición, y se dedicó a seguir el rastro más visible del picaro norteamericano, pero al llegar a las orillas del río Futaleufú, se encontró con que el gaucho, su mujer tehuelche, sus hijos y pertenencias habían desaparecido (tiempo después, en 1934, se lo halló muerto a orillas del arroyo Las Minas, en Río Negro; tal vez lo sorprendió la parca al acecho de otro monstruo para comerciar).

La expedición regresó sin Sheffíeld, sin el dinero y, lo más triste, sin ni siquiera una pezuña del famoso ejemplar.

Años más tarde, el propio Onelli confesaría sus verdaderos motivos para armar la búsqueda: "esa expedición, además de sus fines científicos, tenía un amplio programa de reconocimiento de las riquezas de esa región y su explotación para el progreso de esa zona, para evitarnos, con el tiempo una sangría de más de 100 millones de pesos oro por año que se van al extranjero, en busca de materias primas que la naturaleza ha prodigado en esa zona".


Monstruos sagrados

En Santa Cruz y Chubut cesó pronto la búsqueda del plesiosaurio, pero no así en el lago Nahuel Huapi -donde en 2006 un turista volvió a hacer circular sus fotos, siempre borrosas, por los medios nacionales-, y mucho menos en el lago escocés Lochness, que sigue recibiendo expediciones científicas munidas de ingentes sumas de dinero y una caradurez a toda prueba.

Lo cierto es que en Santa Cruz tuvimos un monstruo prehistórico vivo a comienzos del siglo XX que había desaparecido hace 65 millones de años; que era carnívoro pero comía pasto; que era marino pero vivía en lagos; que medía más de 10 metros y se ocultaba en charcos de agua de menos de la mitad de tamaño. Le dedicaron un tango y cada tanto sigue posando para la foto. En resumen, un típico habitante de esta querida Patagonia.


Investigación: Carlos Besoaín, para revista Ventana Abierta (1993)


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Nahuelito, en la meca de los egresados

Fuente: www.patagonia-argentina.com

Suena a relato marquetinero, pero la reiteración de los comentarios a favor de la existencia de esta versión doméstica del monstruo del Lochness, la considerable cantidad de expediciones consagradas a encontrarlo, y el hecho de que el 50% de los habitantes de Bariloche crea en Nahuelito (según una encuesta), obliga a tratar el tema con seriedad.

Es claro, pese a las enérgicas afirmaciones de la existencia de Nahuelito, que el caso presenta todos los signos de una leyenda, y como tal, responde a diversas hipótesis, algunas tan descabelladas como el autor de esta nota:

• Es un dinosaurio: es la más popular. Su origen se remontaría a tiempos prehistóricos, y seria una variante del plesiosaurio. Esta hipótesis, aparentemente sensata, no resiste el hecho comprobado de que los lagos en los que moraría el mítico animal se formaron en una etapa geológica posterior a la extinción de la especie señalada.

• Es una mutación: Nahuelito es el resultado inesperado de una mutación genética producida a partir de experimentos nucleares realizados en la década del 1950 en la isla Huemul (la CNEA no ha emitido opinión al respecto).

• Es un submarino: se trataría una pequeña nave submarina de origen desconocido perseguida en la década de 1960 por la Armada Argentina. Nadie explica cómo llegó al lago y de qué viven sus tripulantes.
Otras hipótesis explican que lo que ojos torpes o fantasiosos no tuvieron la menor vacilación en señalar como Nahuelito, en realidad son troncos a la deriva, materia orgánica acumulada en estado de putrefacción, burbujas de gas que agitan la superficie o hasta rebaños de ovejas que cruzan el lago a nado por su parte más baja en busca de mejores pasturas.
Las teorías que abonan la existencia de Nahuelito, evidentemente, continúan bajo el velo de la ambigüedad. Jamás han sido científicamente demostradas y probablemente no lo vayan a ser, pero es curioso que la gran mayoría de los relatos coinciden en describirlo como un animal de aproximadamente 10 a 15 metros, dos jorobas, piel tipo cuero y, en ocasiones, un cuello en forma de cisne. Resulta llamativo que esta caracterización se asemeje a las descripciones que hicieron los mapuches doscientos años antes.
El legado de las leyendas aborígenes acerca de un animal acuático (los mapuches lo llamaban "cuero") retozando en las aguas del Nahuel Huapi fue recuperado a comienzos del siglo XX. En 1910, George Garret se desempeñaba como gerente en una compañía que navegaba por el lago Nahuel Huapi. Un día de aquel año avistó un animal que, de acuerdo a su testimonio, "parecía tener entre 15 ó 20 pies de diámetro, sobresalía quizás 6 pies por encima del agua y estuvo 15 minutos a la vista". Esta experiencia recién salió a la luz pública en 1922 en un artículo publicado por el periódico Toronto Globe. En aquella época, las historias acerca de la existencia de monstruos acuáticos estaban en boga a partir de la gran consideración mediática que tenía Nessie, la bestia del lago Ness.
Luego de la experiencia de Onelli, las expediciones para capturar a Nahuelito no cesaron, a pesar de las permanentes quejas de las asociaciones protectoras de animales que se oponían a las incursiones de grupos de caza en las costas del Nahuel Huapi.
Que estas empresas de búsqueda nunca hayan obtenido resultados positivos, no significa que las creencias que avalan la existencia de Nahuelito hayan caducado. Éstas se basan en los avistamientos de muchas personas y en documentos fotográficos no concluyentes.
El misterio sigue en pie.

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