Cuando no sabemos por qué suceden las cosas, desarrollamos hipótesis que las expliquen y nos ayuden a seguir. El problema viene cuando, una vez que sabemos la verdad, seguimos aferrados a esas construcciones cual relatos mitológicos o verdades reveladas.
En 1957, un publicista norteamericano, James Vicary presentó el taquistoscopio, una máquina que serviría para proyectar en una pantalla mensajes invisibles que pueden ser captados por el subconsciente. Durante la proyección de una película, aparecerían fotogramas con mensajes como: “¿Tienes hambre?, come palomitas. ¿Tienes sed?, bebe Coca-Cola”. Según Vicary el resultado de sus experimentos fue asombroso: las ventas se dispararon.
La teoría de Vicary se filtró y dio pie al escritor Vance Packard para publicar su libro “Las formas ocultas de la propaganda”, que provocó una enorme preocupación en el siempre conservador congreso norteamericano, que emitió rápidamente una ley prohibiendo la publicidad subliminal. Como consecuencia, el taquitoscopio de Vicary nunca se utilizó.
Sin embargo, cuando estudios científicos trataron de replicar el experimento, el fracaso fue total. En 1962, finalmente, su autor reconoció públicamente que había manipulado los resultados, con el objeto de vender su idea.
En 1996, el profesor Charles Trappery, llevó a cabo 23 experimentos diferentes, no pudiendo probar en ninguno de ellos que los mensajes subliminales causen comportamiento compulsivo, ni la supuesta efectividad para aprender idiomas o cambiar hábitos y costumbres.
Pese a ello, más de 50 años después, un profesor de la materia Ciudadanía y Participación, de segundo año del secundario, le explica a sus alumnos, entre los que está mi hija, que la Coca-Cola inventó un sistema, que aplica permanentemente, para que todos los que van al cine salgan desesperados por tomar la famosa gaseosa.
Es que resulta más fácil –y más aún en la aldea globalizada de 2010– difundir una noticia descabellada o sin sustento real, que los estudios posteriores que demuestren que esa información era falsa.
Campanas
Cuando se toma una posición, favorable o contraria, frente a determinada cuestión, se lo hace partiendo de razones científicas, técnicas, ideológicas, personales, políticas, religiosas e incluso instintivas y hasta psicológicas. Y es lícito que así sea.
Pero también es lícito exigir que se aclare cuál es el precedente que ha llevado a tomar esa posición, máxime si por ella se trata de lograr que toda una sociedad actúe en consecuencia.
Si alguien sostiene, por ejemplo, que la tenencia de animales domésticos es nociva, está en todo su derecho de hacerlo, pero si pretende que esa tenencia se prohíba por ley, deberá al menos presentar estudios científicos de algún tipo (no opiniones, suposiciones o creencias; estudios) que confirmen su postura.
En ocasión de tratarse la ley de protección de glaciares, sucedió algo así. Los legisladores que la defendían fueron incapaces de demostrar –o no se preocuparon en hacerlo– que la minería, que era la única actividad que se pretendía prohibir, estuviera atentando contra los glaciares.
Sí se escucharon muchos argumentos contrarios a la minería en sí misma, pero la única base de sustentación eran las posiciones de las asambleas antimineras, las tergiversaciones informativas que cunden en muchos medios y, por sobre todas las cosas, el palmario desconocimiento que se tiene de la actividad.
Los mismos argumentos, en suma, que han llevado al diputado Pino Solanas a proponer una ley que prohíba la industria metalminera en Argentina, o que han guiado las críticas de ese y algunos otros sectores políticos al acuerdo social minero suscripto por la presidente Cristina Kirchner a comienzos de diciembre.
Para avanzar sobre normas que restrinjan actividades, costumbres, formas de comunicación, etc., que por definición estarán limitando de algún modo a la sociedad toda, es necesario, primero, afirmarlas en hechos concretos, en estudios científicos y en realidades. No hacerlo es actuar en función de mitos.
El secreto de las pirámides
El ser humano va construyendo su estructura comunitaria y vida en sociedad, mediante el dictado de normas que se tratan de aplicar al conjunto de sus integrantes.
Para hacerlo, se apoya en la experiencia, el progreso científico y los objetivos sociales que se construyen al amparo del consenso social.
Cuando se adolece de estos elementos, se desarrollan hipótesis que expliquen lo que no tiene explicación, para no perder esa organización, hasta tanto se cuente con los datos que permitan comprender, asimilar y reconocer los hechos o situaciones nuevas, y actuar en consecuencia.
Este sistema es un recurso cada vez menos utilizado. El avance científico, filosófico y tecnológico –sumado a la posibilidad de conocer otras experiencias, por más alejadas que estén, en tiempo real, merced al desarrollo de las comunicaciones– permite abordar las más disímiles cuestiones, con la mayor cantidad de elementos de juicio posibles.
El problema aparece cuando la sociedad prefiere construir sus hipótesis basándose en mitos o en silogismos de dudosa factura.
Hace pocos días, la NASA anunció con bombos y platillos un descubrimiento científico que cambiaría la forma de buscar vida fuera de nuestro planeta: se descubrió una bacteria que vive con elementos con los que se creía que era imposible que se desarrollara la vida.
En realidad, lo que descubrió gran parte del establishment científico, es que se estaba utilizando, para la búsqueda de vida extraterrestre, un mito, consistente en creer que la única forma de desarrollarse la vida en un planeta, es como sucedió en la Tierra. Simplificando: respirar otra cosa que no fuera oxígeno, no entraba en los planes, o tal vez obligaba a los cazadores de vida intergaláctica a pensar más allá de la propia experiencia.
Burocracia
Cuando se empezó a hablar del cambio climático –visible al cotejar cualquier estadística del clima de cualquier región del planeta–, se construyeron hipótesis, en las que el principal responsable era el hombre, descartando de plano cualquier información que dirigiera la mirada a los ciclos geológicos, la actividad solar o algún otro parámetro ajeno a la actividad humana y, por lo tanto, inmodificable.
A partir de esas hipótesis, se han estructurado grupos de trabajo, organizaciones estatales y privadas y entes supranacionales, que basan todo su trabajo, pero también su razón de ser, sus recursos, sueldos y prestigio, en seguir estudiando ese fenómeno, conformando una enorme burocracia cuyo principal riesgo no es que el clima cambie o que crezca el nivel de los océanos, sino que pierdan su razón de ser.
Entonces, se repiten hasta el cansancio los mismos argumentos, sin confrontarlos con los nuevos estudios, y muchas veces ni siquiera con la realidad.
Con la minería en nuestro país viene sucediendo algo similar. Se han construido mitos que sustentan el rechazo a la actividad, y los grupos que han logrado algún triunfo en sus propias jurisdicciones, pasan a recorrer el resto de los lugares donde se desarrolla la industria, para mantener viva la llama que los organizó y que, en muchos casos, es la que los sustenta. Y así, el mito triunfa sobre la razón.
Pensamiento único
El problema comienza a ser grave cuando los que podrían oponer argumentos serios a esa mitología, callan o no utilizan los mismos medios para comunicarlos.
Entonces, la opinión de un sector se transforma en pensamiento único, y se toman posiciones extremas.
Y comienzan a verse las consecuencias que hoy se viven en el sector: quienes se oponen a la minería son luchadores sociales, y quienes la apoyan son lobbistas, porque ante el silencio de la contraparte, la duda se transforma en certeza, la certeza en cuestión de fe, y la fe en verdad revelada, y solamente se puede oponer a una verdad revelada el demonio y los que han sido poseídos por él.
Argentina se encuentra en plena etapa de construcción de las bases que le permitirán en las próximas décadas afianzarse como nación, y las decisiones que tome hoy repercutirán por años en cada uno de los argentinos.
Por eso, más que nunca, es necesario que se tomen decisiones responsables, fundadas en el conocimiento y no en la pereza intelectual, y mucho menos en los intereses de las burocracias.
Y por sobre todas las cosas, es necesario que los que tienen algo que decir y que demostrar, como en este caso los actores de la industria minera, abandonen definitivamente los complejos y hagan oír su voz, en cada foro y espacio donde se produzca el debate.
Porque el silencio no es salud.
Cuando el mito vence a la ciencia
Por Aramis Latchinian*
Los osos polares están demostrando una versatilidad histriónica poco común, protagonizando los más diversos videos relativos al calentamiento global subidos al portal de Youtube en los últimos años. Osos que caen del cielo y se estrellan en el pavimento (Polar Bears Falling From The Sky!), osos que se depilan para soportar el calor (Shocking new evidence of Global Warming!) u osos deprimidos que se suicidan (Global Warming Warning Advert), son sólo una pequeña muestra entre decenas de fraudulentos videos producidos por las más diversas organizaciones, desde agencias de publicidad hasta las multinacionales ambientalistas de siempre (Greenpeace, WWF, etc.).
A través de un par preguntas sencillas intentaremos presentar al lector dudas más que razonables sobre el mensaje planteado por las piezas publicitarias mencionadas. ¿El planeta se está calentando por nuestras emisiones? ¿Los osos polares se están extinguiendo?
Los datos de campo muestran una tendencia al incremento de la temperatura (como tantas otras veces en la historia del planeta), pero cada vez son más los científicos de primer nivel que opinan que el calentamiento es de origen natural y que la causa es esencialmente el sol.
Cuando el “consenso científico” oficial, que penaliza la duda y la discrepancia, se empezaba a poner reiterativo, no sólo estalló el Climagate, que dejó en evidencia la manipulación de modelos y datos por parte del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), sino que cristalizaron una serie de investigaciones publicadas en revistas científicas de primer nivel por algunos de los climatólogos y físicos más prestigiosos del mundo, quienes presentan argumentos difíciles de rebatir respecto al carácter natural del calentamiento.
Entre ellos, vale destacar las recientes publicaciones del astrofísico Henrik Svensmark, en las que se demuestra la correlación entre la actividad solar y la temperatura en la troposfera, modificando los ciclos de calentamiento y enfriamiento atmosféricos. Tan contundentes han resultado sus conclusiones, que miembros del IPCC han flexibilizado su discurso mencionando que “el efecto Svensmark” tal vez explicaría parcialmente el calentamiento y complementaría el efecto del CO2.
Veamos ahora el tema de los osos polares. Se anuncia como una prueba irrefutable del peligro de extinción que viven algunas especies, el que la población de osos polares haya disminuido un 0,3% en la última década. Lo que se omite decir es que la población aumentó un 500% en los últimos 50 años. Aún el descenso de 0,3% es discutido por expertos que aseguran que mientras la población disminuye en algunas zonas, en otras aumenta.
Tampoco se dice que la causa de esta disminución no tiene nada que ver con el calentamiento global, y que en realidad, los osos mueren a balazos porque una piel puede comercializarse en US$ 20.000, lo que hace que cada año mueran cientos de osos por los rifles de cazadores furtivos y peor aún, en muchos casos, debidamente autorizados.
Desde inicios de la década de 1970 cuando habitaban la región ártica cerca de 5.000 osos, la población fue aumentando hasta los 25.000 osos que hay en la actualidad. Sin embargo existe una campaña mundial muy enérgica para que sean declarados “especie en peligro de extinción”, con total prescindencia de lo que indiquen los datos de campo.
Entonces cabe preguntarse por qué eligieron a los osos polares para protagonizar esta nueva saga mediática del cambio climático. No cabe duda de que la utilización de animales le agrega efectividad al mensaje tocando la fibra emocional de la opinión pública. Además, resulta evidente que si se llegara al extremo de declarar a los osos polares en peligro de extinción, -siendo la primera especie en esta condición por causa del calentamiento global- las multinacionales ecologistas habrían ganado otra batalla a la ciencia (el Ecologismo derrotando a la Ecología), asegurándose el flujo de recursos necesario para sustentar sus propias maquinarias burocráticas y lograr una subsistencia que a todas luces depende más de la existencia del problema que de su solución.
* Aramis Latchinian es licenciado en Oceanografía Biológica y mágister en Ciencias Ambientales. Acaba de publicar el libro “Globotomía. Del ambientalismo mediático a la burocracia ambiental” (Ediciones Puntocero), disponible en Argentina.
Cuando se empezó a hablar del cambio climático –visible al cotejar cualquier estadística del clima de cualquier región del planeta–, se construyeron hipótesis, en las que el principal responsable era el hombre, descartando de plano cualquier información que dirigiera la mirada a los ciclos geológicos, la actividad solar o algún otro parámetro ajeno a la actividad humana y, por lo tanto, inmodificable.
A partir de esas hipótesis, se han estructurado grupos de trabajo, organizaciones estatales y privadas y entes supranacionales, que basan todo su trabajo, pero también su razón de ser, sus recursos, sueldos y prestigio, en seguir estudiando ese fenómeno, conformando una enorme burocracia cuyo principal riesgo no es que el clima cambie o que crezca el nivel de los océanos, sino que pierdan su razón de ser.
Entonces, se repiten hasta el cansancio los mismos argumentos, sin confrontarlos con los nuevos estudios, y muchas veces ni siquiera con la realidad.
Con la minería en nuestro país viene sucediendo algo similar. Se han construido mitos que sustentan el rechazo a la actividad, y los grupos que han logrado algún triunfo en sus propias jurisdicciones, pasan a recorrer el resto de los lugares donde se desarrolla la industria, para mantener viva la llama que los organizó y que, en muchos casos, es la que los sustenta. Y así, el mito triunfa sobre la razón.
Pensamiento único
El problema comienza a ser grave cuando los que podrían oponer argumentos serios a esa mitología, callan o no utilizan los mismos medios para comunicarlos.
Entonces, la opinión de un sector se transforma en pensamiento único, y se toman posiciones extremas.
Y comienzan a verse las consecuencias que hoy se viven en el sector: quienes se oponen a la minería son luchadores sociales, y quienes la apoyan son lobbistas, porque ante el silencio de la contraparte, la duda se transforma en certeza, la certeza en cuestión de fe, y la fe en verdad revelada, y solamente se puede oponer a una verdad revelada el demonio y los que han sido poseídos por él.
Argentina se encuentra en plena etapa de construcción de las bases que le permitirán en las próximas décadas afianzarse como nación, y las decisiones que tome hoy repercutirán por años en cada uno de los argentinos.
Por eso, más que nunca, es necesario que se tomen decisiones responsables, fundadas en el conocimiento y no en la pereza intelectual, y mucho menos en los intereses de las burocracias.
Y por sobre todas las cosas, es necesario que los que tienen algo que decir y que demostrar, como en este caso los actores de la industria minera, abandonen definitivamente los complejos y hagan oír su voz, en cada foro y espacio donde se produzca el debate.
Porque el silencio no es salud.
Cuando el mito vence a la ciencia
Por Aramis Latchinian*
Los osos polares están demostrando una versatilidad histriónica poco común, protagonizando los más diversos videos relativos al calentamiento global subidos al portal de Youtube en los últimos años. Osos que caen del cielo y se estrellan en el pavimento (Polar Bears Falling From The Sky!), osos que se depilan para soportar el calor (Shocking new evidence of Global Warming!) u osos deprimidos que se suicidan (Global Warming Warning Advert), son sólo una pequeña muestra entre decenas de fraudulentos videos producidos por las más diversas organizaciones, desde agencias de publicidad hasta las multinacionales ambientalistas de siempre (Greenpeace, WWF, etc.).
A través de un par preguntas sencillas intentaremos presentar al lector dudas más que razonables sobre el mensaje planteado por las piezas publicitarias mencionadas. ¿El planeta se está calentando por nuestras emisiones? ¿Los osos polares se están extinguiendo?
Los datos de campo muestran una tendencia al incremento de la temperatura (como tantas otras veces en la historia del planeta), pero cada vez son más los científicos de primer nivel que opinan que el calentamiento es de origen natural y que la causa es esencialmente el sol.
Cuando el “consenso científico” oficial, que penaliza la duda y la discrepancia, se empezaba a poner reiterativo, no sólo estalló el Climagate, que dejó en evidencia la manipulación de modelos y datos por parte del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), sino que cristalizaron una serie de investigaciones publicadas en revistas científicas de primer nivel por algunos de los climatólogos y físicos más prestigiosos del mundo, quienes presentan argumentos difíciles de rebatir respecto al carácter natural del calentamiento.
Entre ellos, vale destacar las recientes publicaciones del astrofísico Henrik Svensmark, en las que se demuestra la correlación entre la actividad solar y la temperatura en la troposfera, modificando los ciclos de calentamiento y enfriamiento atmosféricos. Tan contundentes han resultado sus conclusiones, que miembros del IPCC han flexibilizado su discurso mencionando que “el efecto Svensmark” tal vez explicaría parcialmente el calentamiento y complementaría el efecto del CO2.
Veamos ahora el tema de los osos polares. Se anuncia como una prueba irrefutable del peligro de extinción que viven algunas especies, el que la población de osos polares haya disminuido un 0,3% en la última década. Lo que se omite decir es que la población aumentó un 500% en los últimos 50 años. Aún el descenso de 0,3% es discutido por expertos que aseguran que mientras la población disminuye en algunas zonas, en otras aumenta.
Tampoco se dice que la causa de esta disminución no tiene nada que ver con el calentamiento global, y que en realidad, los osos mueren a balazos porque una piel puede comercializarse en US$ 20.000, lo que hace que cada año mueran cientos de osos por los rifles de cazadores furtivos y peor aún, en muchos casos, debidamente autorizados.
Desde inicios de la década de 1970 cuando habitaban la región ártica cerca de 5.000 osos, la población fue aumentando hasta los 25.000 osos que hay en la actualidad. Sin embargo existe una campaña mundial muy enérgica para que sean declarados “especie en peligro de extinción”, con total prescindencia de lo que indiquen los datos de campo.
Entonces cabe preguntarse por qué eligieron a los osos polares para protagonizar esta nueva saga mediática del cambio climático. No cabe duda de que la utilización de animales le agrega efectividad al mensaje tocando la fibra emocional de la opinión pública. Además, resulta evidente que si se llegara al extremo de declarar a los osos polares en peligro de extinción, -siendo la primera especie en esta condición por causa del calentamiento global- las multinacionales ecologistas habrían ganado otra batalla a la ciencia (el Ecologismo derrotando a la Ecología), asegurándose el flujo de recursos necesario para sustentar sus propias maquinarias burocráticas y lograr una subsistencia que a todas luces depende más de la existencia del problema que de su solución.
* Aramis Latchinian es licenciado en Oceanografía Biológica y mágister en Ciencias Ambientales. Acaba de publicar el libro “Globotomía. Del ambientalismo mediático a la burocracia ambiental” (Ediciones Puntocero), disponible en Argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario