sábado, 4 de mayo de 2019

Dejar de fumar, en primera persona

Hoy es 7 de mayo de 2015. Son las 11 horas.
Dejé de fumar hace 849 días y 13 horas, pero, ¿quién cuenta el tiempo?. Puse punto final, así, a una relación tortuosa de poco más de 39 años. Por cierto, tengo 54, aunque aparento mucho menos (que el juez Fayt).
Probé mi primer cigarrillo a los 9 años por apremio de un primo, seis años mayor. Volví a probar y fumé esporádicamente hasta los 12, mientras esperaba el colectivo a la vuelta de la escuela, las piernas flacas colgando del banco de la parada (porque era flaco como solo lo puede ser un niño, como nunca lo volveré a ser).
Y cuando inicié el secundario, con 13 recién cumplidos, lo agarré y no lo solté más. Primero fueron los Colorado que fumaba mi viejo, porque era más fácil esconderlos, hasta que probé los negros: Fontanares y Particulares, hasta que en 1975 aparecieron los Parisiennes y ya no los abandoné, al punto que en 2008 su fabricante me envió por correo una gorrita con el logo.
En aquel tiempo era fácil fumar. Lo hacías en el colectivo, en los boliches, bares y restaurantes, en el cine y en la parte de atrás de los aviones.
Desde que empecé con los Parisiennes, fumé dos atados por día, todos los días, durante casi 40 años. Si pudiera poner esos cigarrillos uno detrás de otro, formaría una línea sobre la ruta desde la puerta de UDEM en Río Gallegos hasta el Congreso Nacional, en Buenos Aires, y me sobraría para, por ejemplo, llegar hasta Tortugas, en el límite entre Santa Fe y Córdoba.
Durante muchos años consideré al cigarrillo un amigo, una compañía, un apoyo para calmar los nervios, una parte intrínseca de mi personalidad.
Pero muy amigo no era, porque en más de una oportunidad me obligó a usar las pocas monedas que tenía en él, me sacó a caminar en las noches más frías para buscarlo, me hizo mentir y hasta robar por él (robo simple: sacarle un pucho a otro).
Tampoco era una compañía, porque me obligó a aislarme, y cuando me dejaba solo y nervioso, tenía que salir yo a buscarlo, así que lo de los nervios menos, porque los únicos que calmaba eran los que él provocaba.
Y en cuanto a lo de la personalidad, puede ser. Todo en mi era un culto a la personalidad del cigarrillo: ropa con marcas de quemaduras, al igual que muebles, sábanas y manteles, un bello color amarillo en los dedos y alrededor de la boca, un hedor que me precedía y que quedaba tiempo después de que me hubiera ido, conversaciones cortas (porque tenía que salir a fumar), ronquidos que hacían caer a los pájaros de sus nidos y tos durante la mitad del año.
Un día, hace como cinco años, estaba en la cola del banco, y escuché que una señora le contaba a otra que el yerno se había ido de su hogar porque fumaba y su hijo tenía asma, y le resultaba más fácil mudarse que dejarlo. Eso me hizo un clic, porque comprendí que no estaba fumando por gusto, sino por adicción, y que no disfrutaba nada ni mucho menos aportaba algo positivo a mis días.
Y también comprendí que si no lo había dejado antes no era porque no quería, sino por miedo al fracaso, por miedo a que el espejo me mostrara no como un fumador, sino como un adicto, un ser humano que no era capaz de dejar algo tan pequeño.
Y busqué ayuda, que en mi caso vino de la mano de un médico y unas pastillas Champix, que me ayudaron muchísimo.
Desde hace 849 días y 14 horas (que ya pasó una, pero ¿quién cuenta el tiempo?) no fumo más. Desde que lo dejé no engordé (porque soy previsor y ya había engordado antes), he tenido pequeños episodios de ansiedad pero nada grave ni manejable, y gané muchas cosas.
Por ejemplo, yo creía que no había perdido el olfato, pero es porque ya me había olvidado de cómo era percibir aromas, y desconocía los olores de los adultos. Ahora sé que puse sal a la comida por el aroma, o que las plantas huelen distinto una de otras, o que hay diferencia entre las esencias Caricias de Bebé y Popourri del Glade Toque (que no sé para qué sirve saberlo, pero es buen tema de conversación en el súper).
También sé que la ropa puede durar más de una temporada, que los dedos son del mismo color que el resto del cuerpo, que no hay que tener dolor de cabeza todas las mañanas, y que puedo pasar un día sin plata o una semana sin ir al kiosco.
Y por sobre todas las cosas, he ganado tiempo, y lo que es mejor, es el tiempo de la mejor calidad, el de compartir: ya no necesito salir de un restaurante a fumar, ni sentarme afuera y solo, aunque haga frío, ni levantarme en medio de un programa de tv, sino que puedo quedarme a comentarlo. Llego a mi casa antes, porque no tengo que hacer escalas para fumar, no molesto con el humo a los que más quiero (y lo que es mejor, no los daño) y puedo estar en un espacio cerrado por mucho más que una hora, compartiendo con los que me rodean lo que sea que estemos haciendo.
Ya hace 849 días y 14 horas y media que no fumo (que ya pasó media más, pero ¿quién cuenta el tiempo?). Ahorré cerca de 35 mil pesos, estuve mucho más tiempo con quien quería estar y solamente lo extrañé en serio en dos oportunidades: cuando fui a hacer un asadito y no tenía con qué prender el fuego, y esa vez que entré en una oficina que no vale la pena nombrar, y hubiera sido preferible no haber recuperado el olfato.

1 comentario:

  1. Mirá qué casualidad, yo dejé el pucho el 15 de Mayo de 2005, lo hicimos con un compañero de trabajo y los primeros 5 días festejamos, luego los 10, luego el mes como si estuviéramos de novios y así fue pasando el tiempo y fijate que vos y yo tenemos exactamente la fecha en que pudimos dejar el cigarrillo. Me encantó tu blog

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