El VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) tuvo muchísimo de espectáculo y mucho menos de académico, aunque hubo jugosísimos debates y apasionantes mesas de trabajo, especialmente en las áreas de traducción y comunicación en redes.
Lamentablemente, lo que más trascendió fue la pirotecnia, las discusiones vanas y muchas veces extemporáneas, como las ponencias de muchos expositores que usaron el atril para explicar que el nombre estaba mal puesto, que estaban ausentes los idiomas originarios y otros temas por el estilo, olvidando que no era un congreso panidiomático, sino uno limitado a la lengua española, convocado para tal fin y preparado para recibir y aportar lo mejor de cada uno de los millones de ciudadanos del mundo que usamos a nuestro modo este maravilloso idioma para comunicarnos.
También hubo una inusitada necesidad de marcar y remarcar que la propiedad del idioma es un negocio, que los poderes del mundo tratan de manejarlo, y que entonces los mismos que quieren unificarlo tratan de destruirlo, pero a su vez quieren borrar las diferencias para hacerlo universal, y que lo hablen todos, pero solo lo maneje una elite y ahí me perdí…
Fue, a su vez, el gran encuentro de las contradicciones: se reclamó una y otra vez por el respeto a las particularidades idiomáticas de cada región, a no perder las singularidades ni sepultarlas bajo formas que no dicen nada, son ambiguas y no representan a nadie, y al mismo tiempo se reclamó para que se incluyera el tratamiento del lenguaje inclusivo –esa forma salida del laboratorio de ciertos grupos que no manejan el idioma en su totalidad pero por las dudas quieren cambiarlo e imponerlo al resto–, un sistema de comunicación ambiguo y no representativo, si los hay.
El cierre fue acorde al desarrollo del CILE. Estuvo a cargo de la escritora María Teresa Andruetto –que paradojalmente fue una de las principales impulsoras y artífice del denominado contracongreso–, quien criticó fuertemente la mayoría de las posturas oficiales desconociendo mucho de lo ya hablado y discutido en el mismo Congreso, y cayendo a su vez en contradicciones visibles, como quejarse de que la película mexicana Roma haya tenido un subtitulado para España y poco después reivindicar el derecho de los argentinos a contar con una traducción argentina del Dante, porque la española nos resultaría insulsa.
Con todo, el CILE cordobés dejó un saldo positivo, más presente en la profundidad de las mesas de trabajo que en la superficialidad de los micrófonos y las pantallas, y es la preocupación de los que de una u otra forma trabajamos con el idioma, por tratar de comunicarnos a través de un idioma que es cada vez más local con un público que minuto a minuto se hace más global.
Publicada en Revista La Rama
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