sábado, 4 de mayo de 2019

Hay una ola en tu puerto



A partir del desastre del 26 de diciembre de 2004 en Indonesia y países cercanos, la palabra tsunami pasó a formar parte del vocabulario popular. En esta nota intentamos develar uno de los fenómenos naturales más destructivos que se conocen y que, tras cada terremoto que se produce, genera angustias y pánico en las poblaciones costeras de todo el mundo.




De origen japonés, la palabra tsunami significa “ola gigante que llega al puerto”, aunque en realidad no se trata de una ola, sino de una serie de ellas que se producen en una masa de agua al ser empujada con violencia por una fuerza con desplazamiento vertical.

Técnicamente, el tsunami es un disturbio producido en el mar por un fenómeno que impulsa y desplaza verticalmente una columna de agua, produciendo un desequilibrio de niveles que se manifiesta en un tren de ondas largas propagadas a mucha velocidad, que al llegar a costas de islas o continentes, infieren una tremenda devastación, introduciéndose muchos metros, incluso kilómetros, dentro del territorio.

Durante mucho tiempo, se confundió al tsunami con el maremoto, que es un movimiento sísmico producido en el lecho marino, cuyo efecto puede ser un tsunami (de hecho, el 96% se produce por este motivo), pero no la única causa.

En efecto, las olas gigantes pueden llegar a las costas también por efecto de erupciones volcánicas, desplazamientos de lava hacia el mar, choque de meteoritos contra las aguas, derrumbes costeros, desprendimientos glaciarios e incluso explosiones de gran magnitud (pruebas nucleares).


Cómo se producen

No todo fenómeno natural en las costas o en el fondo del mar es idóneo para producir un tsunami. En el caso de los maremotos, el movimiento no debe ser inferior a 6,5 en la escala de Richter y a su vez, producido a una profundidad no menor a 6.000 metros.

Desencadenada la fuerza suficiente para generar el desequilibrio de niveles en el agua, ésta tiende a recuperarlo rápidamente dando lugar a la formación de olas o trenes de olas de gran extensión en longitud y escasa altura (un metro aproximadamente), lo que las torna imperceptibles en alta mar, aún a pesar de llevar una velocidad promedio de 700 kilómetros por hora (casi la misma velocidad de un jet comercial). Esta variable es directamente proporcional a la profundidad donde se ubica el epicentro que lo generó.

A medida que se acerca a la costa, la sucesión de olas sufre un fenómeno de refracción, disminuyendo la longitud de onda y también la velocidad, pero incrementándose considerablemente en altura.

Al momento de precipitarse sobre el territorio, puede hacerlo de dos formas, de acuerdo a la topografía y batimetría (la altimetría del suelo marino) del lugar: como una masa espumosa, sin demasiada altura pero con una fuerza incontenible que arrasa todo a su paso, o como “marea viva”, de manera de ola gigantesca con un promedio de altura de 20 metros (se han registrado olas de un poco más de 40 metros).

El desencadenamiento del tsunami es precedido por un retroceso del agua desde la costa para luego de 20 minutos promedio, arremeter con toda su fuerza destructora.


Dónde suceden

El océano Pacífico es propenso a la producción de tsunamis en virtud de la gran cantidad de sismos submarinos, sobre todo por el tipo de falla que ocurre entre las placas de Nazca y Sudamericana, en el que suelen producirse fenómenos de subducción (introducción de una placa tectónica bajo la otra, las cuales se liberan abruptamente a modo de latigazo produciendo un gran desplazamiento de aguas).

También, pero en menor medida, han ocurrido tsunamis en los océanos Atlántico e Índico y en el Mar Mediterráneo.

Tan sólo en los últimos 105 años se produjeron 258 tsunamis de diferentes grados en la zona del Pacífico.

A partir de 1965, la preocupación mundial por la producción de estos fenómenos se reflejó en acciones concretas, creándose o reforzándose centros de prevención y estudios de tsunamis, como el PTWC (Centro de Detección de Tsunamis del Pacífico), ITIC (Centro de Información Internacional de Tsunami), ITWS y el ICG/ITSU (Sistema de Alerta de Tsunami Internacional).

Si bien la comunidad internacional ha redactado un decálogo de recomendaciones para los habitantes de zonas expuestas a este peligro, no han sido muy eficientes en la determinación de tsunamis.

Entre los tsunamis con consecuencias más devastadoras podemos citar, sin contar los legendarios de Santorini y Krakatoa, los ocurridos en Japón (en los años 1707, 1854, 1896, 1933 y 1993 que se cobraron más de 60.000 vidas), Chile / Perú (1746, 1835, 1869 y 1960 con 70.000 muertos) y en otros lugares del mundo como Puerto Rico y Jamaica (1962, 2.000 víctimas), Lisboa (1755, 60.000 muertos y desaparecidos) y Sicilia (1908 con 84.000 decesos).

Capítulo aparte merece el tsunami de Indonesia de diciembre de 2004, con 230.000 víctimas, uno de los desastres registrados más grandes de la historia humana, y que afectó a zonas de la India, Sri Lanka, Tailandia y Somalia.


Boxing Day, la furia desatada

El terremoto del océano Índico de 2004, conocido por la comunidad científica como el terremoto de Sumatra-Andamán, fue un terremoto submarino que ocurrió a las 07:58 hora local del domingo 26 de diciembre de 2004, (21:58 hora costa del Pacífico Oeste del sábado 25 de diciembre de 2004) con epicentro en la costa del oeste de Sumatra, Indonesia.

El terremoto ocasionó una serie de tsunamis devastadores a lo largo de las costas de la mayoría de los países que bordean el océano Índico, matando a una gran cantidad de personas a su paso e inundando a un gran número de comunidades costeras a través de casi todo el sur y sureste de Asia, incluyendo partes de Indonesia, Sri Lanka, India y Tailandia. Aunque las estimaciones iniciales habían determinado el número de muertes en más de 275.000, sin contar a los millares de personas desaparecidas, un análisis más reciente generado por las Naciones Unidas deja un total de 229.866 pérdidas humanas, incluyendo 186.983 muertos y 42.883 personas desaparecidas. La muestra excluye de 400 a 600 personas que podrían haber fallecido en Myanmar, lo que representa muchas más que los 61 muertos que dejan las proyecciones del gobierno central.

Si las estadísticas de Myanmar son confiables, el número de muertes ascenderían a por lo menos 230.000 personas, por lo cual la catástrofe es el noveno desastre natural más mortal de la historia moderna. El desastre es conocido en Asia y en los medios internacionales como el Tsunami asiático; en Australia, Canadá, Nueva Zelanda, y el Reino Unido se lo llama el boxing Tsunami porque ocurrió el boxing day, dado que el 26 de diciembre es día de fiesta llamado así en esos países. El tsunami ocurrió exactamente un año después del terremoto de 2003 que devastó la ciudad iraní meridional de Bam y exactamente dos años antes del terremoto de Hengchun del 2006.

La magnitud del terremoto fue registrada originalmente como de 9,0 en la escala de Richter, pero luego se aumentó a 9,1 y a 9,3. Con esta magnitud, es el segundo terremoto más grande registrado desde la existencia del sismógrafo, después del terremoto de Valdivia (Chile) en 1960. También fue reportado por tener la duración observada más larga en lo que a fallas geológicas se refiere, durando entre 500 y 600 segundos (8,3 a 10 minutos), y fue lo suficientemente grande como para hacer que el planeta entero vibrara. Además, también dio lugar a terremotos en lugares tan alejados como Alaska.

El terremoto se originó en el océano Índico justo al norte de las islas Simeulue, en la costa occidental de Sumatra del Norte. El tsunami resultante del terremoto devastó las costas de Indonesia, Sri Lanka, India, Tailandia y de otros países con olas que llegaron a los 30 m. Causó muertes y daños serios hasta la costa del este de África, y la muerte registrada más lejana debido al tsunami ocurrió en Rooi Els, Sudáfrica, a 8.000 kilómetros del epicentro. En total, ocho personas murieron en Sudáfrica debido a los altos niveles de las olas del mar.

La situación apremiante de miles de personas damnificadas de varios países incitó una respuesta humanitaria extensiva. En total, la comunidad mundial donó más de 7 mil millones de dólares en ayuda humanitaria a los afectados.

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