domingo, 7 de junio de 2020

Lord Jones y los periodistas

El escritor y ensayista británico G.K. Chesterton acuñó una sencilla frase para definir al periodismo: es un trabajo que consiste en informar que Lord Jones murió a personas que nunca supieron que Lord Jones vivía.
De eso se trata, con sus variables, sutilezas y derivaciones, el periodismo, o al menos el que me gusta: contar hechos que vale la pena conocer, explicar lo que ocurrió, lo más descarnadamente posible, por la simple necesidad de que los receptores lo sepan, que sus decisiones vitales –qué comer, cómo vestirse, como cuidarse, a quién elegir, a qué hora levantarse, qué espectáculo mirar o en qué invertir– sean tomadas con más datos, o simplemente para que sus ratos de lectura sean más entretenidos.
Consecuentemente, me revela la actitud de los que, utilizando las herramientas, el espacio y los modos del periodismo, toman las partes que les convienen de lo que van a contar, ocultando otras, o presentan hechos sin contexto, para forzar interpretaciones y dirigir la mirada exclusivamente a un punto y no a otro.
Por suerte son los menos. La mayoría de los periodistas hace bien su tarea. Unos con mayor o menor formación que otros; algunos bientratando el lenguaje y otros golpeándolo como si fuera un tambor de plástico en manos de un chimpancé con hipo; varios formándose y preparándose antes de cada cobertura y otros encendiéndose junto con la cámara o el micrófono y apagándose después. Pero todos destacables, en su medida, porque no hay que confundir profesionalismo y formación con mala leche.
En lo que va de este nuevo siglo, una de las cosas que más me ha molestado, fue ver la forma en que muchos desarrollan el ataque constante a los medios de comunicación como culpables de todos los males. No es que me moleste el ataque en sí. Dueño es cada uno de echarle la culpa a quien le parezca justo por lo que considera los males de su ciudad, su país o su mundo –si halla las pruebas que satisfacen su posición–, pero sí que se meta dentro de esa bolsa a los periodistas, como si fueran seres sin ética ni moral, que mienten descaradamente para servir a sus amos por unas migajas y convencer a compatriotas, vecinos y familias, de que el camino que sus verdugos eligieron para dominarlos es el mejor.
Los periodistas son profesionales que hacen su trabajo. Algunos bien, otros regular y otros mal, y el sistema los necesita a todos. Trabajan de manera independiente o lo hacen para medios que, a su vez, pueden ser buenos, regulares o malos, como sucede con todas las profesiones y oficios.
Las sociedades modernas necesitan mucho de los periodistas y del periodismo. Son el vehículo necesario para ayudarnos a conocer a Lord Jones antes de que se muera, aunque sea para saber que su existencia no nos importaba en lo más mínimo.
Hoy que me cuelgo de los cables y me alejo cada día más de la profesión, los necesito más que nunca, porque a través de ellos puedo saber cómo fue el día un metro más allá de mi vida.
Entre los muchos que leo –o veo– y respeto y admiro, va mi reconocimiento especial en este día para cinco sureños con quienes me enorgullece haber trabajado o compartido algún tramo de mi carrera: la Gallega Taberne, Mirta Calafiore, la Negra Espina, Alfredo Fernández y Mariana Cabezuelo.