Dentro del amplio espectro de las temáticas, inspiraciones, influencias, escuelas, modas y colectivos que influyen, entrecruzan y moldean a la literatura en general y a la poesía en particular, hay un género temático específico que ha moldeado no pocos cultores en tierras santacruceñas, provenientes tanto de la vanguardia poética como de la más ortodoxa métrica y rima clásicas. Nos referimos al nunca bien ponderado género de la poesía oficialista.
Contra lo que muchos podrán pensar, se trata de un colectivo temático que no tiene en sí mismo una connotación política, sino más bien un profundo sentido de adaptación al gusto y paladar del lector a quien va dirigida la obra. El cultor de la poesía oficialista es ante todo un profundo observador capaz de captar con fino poder de observación a un posible lector en ciernes, y una vez descubiertos los gustos y esperanzas del mismo, parte raudo a escribir la pieza literaria que lo hará disfrutar de su lectura y, como lógica consecuencia, recibir el elogio y agradecimiento retributivo.
Muchos autores se quedan en ese punto y son felices habiendo generado ese intercambio entre autor y lector, pero hay algunos que van más allá, y aprovechan el agradecimiento producido para obtener un pequeño –y a veces, no tan pequeño– favor como contraprestación por su obra.
Un arquetipo del escritor oficialista bien intencionado, casi folklórico, fue don Catelo Franco, un poeta que ya en su madurez recorrió las calles de Río Gallegos –en ls dos últimas décadas del siglo XX– escribiendo sus obras a medida de sus lectores, y obteniendo pequeños favores con ellos. Así, don Catelo escribía una oda al comercio que hacía impresiones para obtener a cambio algunas copias de sus obras, entre ella alguna para la locutora de LU14, lo que le permitiría que le prestaran por un rato el micrófono de la emisora. Allí leía otro texto para determinado almacén que de esta manera le proveería el sustento de la semana, y así sucesivamente, cual cadena de favores en la que su modesta vida era la favorecida.
Don Catelo transitaba las calles con su traje oscuro que de tanto uso ya no lo penetraban ni el frío ni el agua (creo que tampoco le hubieran entrado las balas, aunque ¡quién querría dispararle al Cata, sin tan mal poeta no era!). Flaco y bajito, coronaba su cabeza un eterno sombrero que usaba para tener con qué saludar a las damas, objetos eternos de sus poemas a quienes intentaba seducir, aunque ignoro si alguna vez lo lograba.
Hubo otros poetas –y aún los hay, revoloteando por ahí– que han curtido el estilo oficialista con genero no tan santo. Algunos hasta han escrito y publicado libros, pagados con creces por quienes se sintieron emocionados o favorecidos por textos escritos tal como querían ser escuchados.
El fenómeno de la literatura oficialista no es propia de Santa Cruz ni mucho menos de la Patagonia. Es un fenómeno universal condenado a no trascender. Han existido autores que escribieron para seducir jurados, para conseguir contratos, parejas y fortunas. Nunca logran mucho más que el primer impulso.
Con el tiempo, Catelo y otros no tan pintorescos y sí mucho más oscuros, se van ido perdiendo en el recuerdo y solo reaparecen en charlas trasnochadas o cuando los temas decentes se terminan. Posiblemente ello se deba a que hacer literatura oficialista es de muy corto vuelo: escribir para satisfacer a un solo lector nos hace vulnerables a todo el resto, y terminaremos escribiendo una obra por cada persona, construyendo un castillo que se caerá cuando una de nuestras piezas caiga en manos del lector equivocado.
Lo triste es que en la mayoría de los casos, se requiere talento para ser oficialista. Talento que bien usado generaría resultados más genuinos y duraderos.
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