Una hija de amigos –que viene ganando espacio en mí como amiga, aunque no sé si ella así lo quiere (ni tampoco viene al caso, en este caso)– me pasó un texto breve que desencadenó otras cosas; entre ellas, esto.
Fragmento de algo más grande, contaba una pequeña porción de sus experiencias de crecer entre piropos, miradas ultrajantes y deseos explicitados a quien no estaba en posición ni en momento de hacerles frente y salir indemne.
Confieso que siempre me molestó el piropo callejero y jamás lo dije. También he tratado de disimular cuando una mujer atrae mi mirada en la calle: si miro, siento que estoy invadiendo un espacio al que no fui invitado. Hombre al fin, no siempre lo logro, y estoy seguro de que en más de una oportunidad he incomodado a alguien.
De hecho, han pasado más de 25 años y todavía me persigue el no saber qué hice para hacerle parecer a una chica que trabajaba bajo mis órdenes en un diario (pasquín oficialista ya felizmente desaparecido y de dudosa catadura), que la estaba acosando. Como dato de color, hacía apenas un año que estaba casado y mi única intención, por aquellas épocas, era terminar rápido mi tarea para volver a mi casa y compartir el tiempo con mi pareja. Nunca me dio la oportunidad de pedirle disculpas por el malentendido que la llevó a sentirse agraviada, pero la situación me llevó a ser de allí en más mucho más cuidadoso en la relación con mujeres, especialmente si yo gozaba de alguna posición dominante laboralmente hablando.
También me gusta el erotismo. Siempre he disfrutado un buen relato, una buena foto, pintura o video. No la pornografía, pero sí la sutileza de la sensualidad, el devenir de una historia erótica bien contada, o un dibujo sugerente.
Compatibilizar ambas cosas –el cuidado de no molestar y la alegría de disfrutar– siempre ha sido difícil, pero no imposible. Casi siempre basta con comprender que si alguien provoca una reacción en uno, el que está reaccionando es uno y lo más seguro es que el otro ni siquiera esté enterado de lo que está provocando, y aunque lo esté, no tiene por qué sufrir ningún tipo de agresión por ello.
En estas épocas de tanta corrección política, sobreactuaciones y posverdades, la cosa se pone más difícil. Como explica el genial humorista Ricky Gervais en su espectáculo Humanity, si escribo algo en una red social –o en este blog, por caso– no significa que lo estoy haciendo para la persona que justo ahora lo está leyendo. Simplemente lo escribo. Entonces, por favor, no lo tome como si le estuviera hablando a usted de manera personal. Eso es como si al ver un cartel que dice “Tome Coca Cola”, usted se enojara y golpeara el cartel diciendo “¡No me moleste, no tengo sed!”.
Volviendo al tema de los piropos, los acosos y mi querida amiga, discrepo con ella en que el problema sea el patriarcado. O mejor dicho, que el patriarcado, como se lo llama, sea una cuestión de hombres. Es más bien una característica de la sociedad que formamos, que se desarrolló así y que se deformó tratando de suplir con actitudes la mayoría de las veces detestables y repudiables, la imposibilidad de entender cómo lidiar con la evidencia de una mujer que aparentemente tiene menos resistencia física; que usa el cerebro de una forma más mundana y multitareas, haciendo parecer que no está prestando atención a nada cuando en realidad se ocupa de casi todo al mismo tiempo; que asume tantas tareas dejándonos tiempo para pensar que somos los que pensamos. Y que encima, cuando decide, es la que decide, la que nos ordena el mundo y le da sentido al devenir de los días.
Las sociedades cambian, y lo hacen a ritmos cada vez más alocados. Compartimos espacios en una estructura que, por suerte para la dignidad y la vida, es más tolerante que la que se impone en otras latitudes del planeta. Y la buena noticia es que mi amiga y sus amigas están caminando en un mundo que saben que ya no será el mismo, aunque todavía no lo vean y les parezca opresivo.
En nuestro lado del mundo, hace solamente 150 años se comerciaban personas; hace 100 años se quemaban vivos a los que pedían mejores condiciones laborales; hace 70, se les aplicaba electroshock como método terapéutico y se hacían castraciones químicas a homosexuales; hace 40 años estaba prohibido separarse; hace 25 años metían presos a los ciudadanos que se vistieran con ropas distintas a las del sexo que indicaba su DNI.
El mundo cambia, y digan lo que digan, lo hace para bien, aunque muchas veces nos duelan los cambios o no los entendamos.
Mi amiga hija de amigos aporta su grano de arena, contando su historia, aunque más no sea para ella, haciendo visible lo que muchas veces no vemos y haciendo que un señor mayor como yo, se ponga a cuestionar actitudes para tratar de ser menos jodido en las vueltas al sol que le queden por dar.
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