lunes, 6 de abril de 2020

Tito, Ezequiel y los culpables

Hoy 6 de abril cumple años quien fue un gran amigo, uno de los que más quise en mi adolescencia y con quien me hubiese gustado seguir compartiendo la madurez.
Cada 6 de abril de cada año, en estos 50 años, me acordé indefectiblemente de que era su cumpleaños, y lo saludé en silencio.
Con Ezequiel –que así se llama– no nos peleamos ni nada parecido. Simplemente las decisiones nos separaron: él se fue a Rosario a estudiar, después yo me fui al sur y cuando empecé a volver él ya se estaba yendo a España.
Nos reencontramos hace unos ocho o nueve años, en una reunión de excompañeros de secundaria. De mi parte al menos el cariño sigue igual, pero ya no puedo llamarme amigo –aunque quisiera– de alguien de quien ni siquiera sé los nombres y edades de sus hijos, y viceversa.
Me queda el convencimiento de que si la geografía y el tiempo lo permitiera, seguiríamos siendo amigos como hace 50 años, y yo estaría orgulloso de eso.
Por una de las raras vueltas del loco jugador de dados que es esa convención que llamamos calendario, hoy 6 de abril también se cumplen 37 años de la muerte de mi viejo, Tito.
De él me queda la idea de padre; la herencia de la pelada y la miopía; el apego a las letras, al olor a tinta, a saber algo nuevo cada día; la cara de culo y el humor siempre presente.
También me dejó cosas malas, pero prefiero que las enumeren otros, que este es mi espacio y pongo lo que me conviene.
En estos días me acordé de ambos, y no por buenos motivos. Con mi viejo nunca hablé de discriminación, racismo o antisemitismo, según recuerdo, pero estoy seguro de que estaba muy lejos de él avalarlos o soportarlos.
Ezequiel es judío. Tampoco lo hablé con él, pero por estar cerca vi pequeños y grandes actos de discriminación, de trato diferente, como si ser de una familia judía lo pusiera en una categoría humana distinta al resto. No sé qué pensaría él o cómo lo sentiría, pero yo sí lo veía y ya entonces me molestaba.
Con el tiempo, el racismo en general y la judeofobia en especial se me han hecho cada vez más intolerables. Por eso, escuchar o leer a personas emitir juicios o proferir acusaciones basados en preconceptos de xenofobia y racismo, me llena especialmente de espanto y bronca.
Ayer leí en Facebook que alguien trataba a los judíos de “esa gente”, otras veces aparece en el grupo de whatsapp la detestable expresión “negros de mierda”. En la semana, un impresentable en televisión tuvo que pedir disculpas por culpar a los judíos por el coronavirus, y al hacerlo diferenció a los judíos de las personas. Y sigue la lista.
Cuando se limitan las libertades –como en estos días– y cuando pasan cosas que nos superan –como esta pandemia– lo difícil es mantener los principios, no estigmatizar, no caer en explicaciones idiotas para problemas complejos, no buscar enemigos donde solo hay iguales, sufriendo como nosotros.
A veces la religión, bastante seguido los populismos y siempre los fascismos, están listos para identificar un problema, relacionarlo con un grupo o una costumbre que no sea la mayoritaria y echarle la culpa a esa minoría.
En el medio, las víctimas son los discriminados, pero también los discriminadores, que pierden tiempo, valores y fe atacando a los espejos que aún no han reconocido como tales.
Siempre hay que recordar que cuando esta pandemia sea un mal recuerdo y la vida haya vuelto a lo normal (sea cual fuere la nueva normalidad), tenemos que seguir construyendo, y es imposible hacerlo con ausencias o con cimientos de barro.

6 comentarios:

  1. Ezequiel! Creo que una vez me lo presentaste y fuimos al depto de los viejos en SN

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  2. Hola Sergio amigo, aqui para reanudar nuestra amistad

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  3. Me llevaste muy atrás, aquellos días en el Nacio de San Nicolás dónde la discriminación sedse sentia de muchas maneras. Un abrazo fuerte para vos y para Eze, amigos a pesar del tiempo y la distancia.

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