Río Gallegos atraviesa uno de los momentos más difíciles de sus casi 135 años de vida. El virus SARS CoV 2 hace estragos y ya ha generado cantidades enormes de fallecidos para lo que son las cifras habituales de decesos en esa ciudad. Los números no asombran en el resto del país porque se toman las cifras de toda la provincia, pero baste considerar que en un solo día –el más trágico– murieron más vecinos por Covid que los que se contabilizaban en promedio por todas las causas en una semana completa. Repito: en un solo día y por un solo motivo, murieron más personas que en cualquier semana del año pasado, por todas las causas sumadas.
El sistema de salud está colapsado, la mayoría de los pacientes llegan al hospital en situación ya muy difícil, y pareciera que los tratamientos que se aplican no son los óptimos, o que no se echa mano a todos los recursos. Incluso, se vive una inédita situación, en la que las autoridades niegan la posibilidad de aplicar un tratamiento –el de ibuprofeno inhalado– que ha sido positivo en muchos lugares del país –e inocuo en otros, en el peor de los casos–, y que sería un recurso más para frenar, o al menos mitigar, un panorama desesperante.
Lo triste es que la ciudad completa estuvo cerrada durante largos meses, en el convencimiento –hoy demostrado como totalmente erróneo– de que no moverse y clausurar toda actividad económica y social era un remedio contra el Covid, cuando solo se trataba de una estrategia de patear la pelota para adelante, a costa de dolorosos retrasos económicos, sociales y sanitarios que son un pasivo totalmente injustificado, máxime cuando existía un pacto tácito entre gobernantes y sociedad, que establecía que los ciudadanos se quedaban en casa mientras el gobierno multiplicaba los recursos sanitarios.
Pasó lo previsible: la infección se expandió como una mancha de aceite, porque no había anticuerpos en la sociedad y porque las condiciones de hacinamiento y falta de circulación de aire en hogares es un caldo de multiplicación propicio, y el sistema colapsó a la primera de cambio.
Y no hay nadie a quién echarle la culpa. El gobierno, con pequeños matices, es del mismo signo desde que volvió la democracia, y la actual gobernadora y su familia han tenido injerencia directa y continua en el sistema de salud en los últimos 30 años.
Amigos, conocidos, vecinos y parientes, van desapareciendo en el día a día. Galleguenses que no pudimos terminar de disfrutar, que se fueron y no pisarán más las calles sureñas. Vidas perdidas por una decisión que hoy se muestra equivocada, con el agravante de que quienes la tomaron proponen como única solución, insistir en lo mismo.
Enorme tristeza por un lugar que durante gran parte de mi vida sentí como propio y que hoy se hunde en el desamparo, pagando con la vida de decenas de vecinos, la decisión de abandonarse, de no construir futuro, de copiar los peores vicios y olvidar las mejores virtudes.